miércoles, 5 de junio de 2013

Un día no amanecí así

Generalmente duermo entre cuatro y seis horas, donde tengo en ocasiones dos o tres sueños, que pueden ser fragmentos de eventos en el día, o simplemente ideas. Usualmente me levanto descansado.

Un día como hoy no amanecí así: el cuerpo me ha pasado factura, al parecer. Me he dormido desde anoche, a las nueve, y hoy no he hecho otra cosa que dormir. No he ido al trabajo (ha sido -de los que he tenido- uno de los que más me ha gustado), no he salido de la casa. Sólo me bañé, me afeité, me cambié, como regularmente haría un miércoles, pero ésta vez, para dormir.

Ni siquiera me siento enfermo, menos he soñado, mas creo que explotaré en cualquier momento y me iré a la calle, a buscar lo que queda del sol, lejos de la sofocación, del acelere, a calmarme quién sabe qué.

lunes, 27 de mayo de 2013

¿Lo harías?

Dile que estás enamorada de mi. Menos de lo que yo estoy de ti. Pero lo estás. Sé honesta.

Dile que me llamas con frecuencia. Que intentas ser mi amiga, pero no puedes. Yo ni siquiera lo voy a intentar, sabes que no puedo.

Dile que me buscas cuando intento perderme, que me vienes a visitar cuando en las calles no me encuentras. Dile que todos los días nos vemos y todos los días lo hacemos, que lo haces conmigo como sólo tú lo sabes hacer, porque no sé decirte que no, y, que cuando soy yo me dices "viólame", "úsame" para sentirte menos culpable, cuando siempre soy yo quien termino en tus manos negras. Aquí no hay víctimas ni culpables, yo supongo que el amor es así.

¿Hasta cuándo?

Siempre será lo mismo.

¿Por qué no se lo dices y acabas con eso?

Si yo pude decirle a la mía, ¿por qué tú no?

Cierra los ojos y entrégate otra vez. Vuelve a sentir.

¿A qué quieres jugar?

A veces creo que estamos encadenados el uno al otro. Simplemente no podemos...

¿Qué pasará cuando regreses? Yo no estaré allí.

Dile que te quiero volver a enamorar. No sé cómo. No tengo fórmulas, pero lo intentaré.

¿Qué pasará cuando se vaya? ¿Regresarás con tu amor peregrino a mí?

Creo que ya no estaré allí.

Debes decidir ahora. No puedes estar entre dos lugares.

Deja pasar.

***

Dicen que escribo bobadas, cosas superfluas, sin sentido, al azar y sin orden. Puede que tengan razón, pero me gusta escribir así. Dicen que es falta de inteligencia el no organizar las ideas y solamente asociarlas porque sí. Quién sabe la verdad. Cuando sientes ansiedad, desesperación, incertidumbre...

***

Ahora me dice que quiere ser mi amiga.

No puedo ser su amigo.

Ahora me dice que está confundida.

Yo estoy decidido.

Ahora me dice que quiere pensarlo, que quiere tiempo.

Eso es lo que menos tengo ahora.

Que ya no sientes lo mismo. Lo sé. Yo también lo admito, tampoco siento lo mismo por ti. Quiero que crezca.

Dudé que fueras las indicada. Lo admití. Dudé sobre mucho hasta que te soñé y supe que eras tú. Que debía contarte y decirte todo sobre mí.

Ahora lo sabes.

Conoces mis miedos y tengo miedo que me conozcas tanto. Lo digo: temo...

He mirado dónde he estado. No me gustó. He visto dónde he estado contigo. Me encantó.

Podemos seguir el camino juntos.

Podemos volver a empezar.

Con tropiezos, pero podemos volver a andar.

Yo estoy aquí y trataré -si me lo permites, de llenarte cada día de alegría si así me lo permites. Podrás apoyarte en mí, como -lo que se me olvidó, apoyarme en ti.

No seas tan dura.

Déjame entrar.

No seas tan cruel. Llevo dos meses intentándolo.

Dale y no me des migajas.

Olvídate de resentimientos, que no hay tiempo para ello. Yo intentaré curarlos.

Si me das la oportunidad.

Tenemos un pasado ya, hagamos un futuro mejor. Valdrá la pena.

Entrégate.

(No lo pienses más)

No peles más contigo misma y conmigo.

***

El tiempo es corto.

***

Siento que he dedicado buena parte de mi vida a estar contigo. Lamento no haberte conocido antes. Siento no poder estar contigo ahora como solíamos estar. Lo siento porque duele. Sé que lo sentiste una vez, y sé que aún lo sientes, tal vez no tanto como antes, como yo, pero éso puede menguar una vez te decidas.

Ruego porque sea rápido.

El tiempo que te doy es lo más valioso que tengo. Más que mi vida misma.

No lo podré recuperar. Mas no se a ti. Sólo lo intento. Pero parece que todo lo que hago es inútil.

No tengo dinero. No tengo nada.

Sólo soy. No tengo nada.

Soy quien soy, soy quien te quiere y entregaría la vida por ti. Soy quien intenta expresar lo que siente. Soy quien intenta ser un mago con las manos y lo que tenga a la mano sólo para demostrarte lo que siento. Siento a veces que me vuelvo un maestro de manualidades para expresar lo inexpresable. La imaginación al servicio de lo que siento se ha vuelto mi aliada.

Quizás aún no he confundido el ser con el tener.

Me gusta trabajar para tener algo en las manos. Aspiro a tener un mejor trabajo.

Algún día.

Me gusta trabajar por tener lo que más deseo, y eso, eres tú.

lunes, 13 de mayo de 2013

A'lante

Adelante se ve algo pacífico. Algo calmo, algo sin perturbaciones, donde el pasado deja el conocimiento que nos permitirá o no repetir las experiencias, para bien o para mal, para mejor o peor. Generalmente no repetimos las malas, a menos que uno sea una clase de masoquista.

Superar el dolor, superar las expectativas que una vez te figuraste como el futuro no será más que la imaginación del momento.

Podemos creer que hay heridas que nunca cierran. Algún día cicatrizarán, a menos que se trate de una hemofilia en un hombre. Puede ser una condena, como el mito de Sísifo.

El llanto, los recuerdos y los arrepentimientos no sirven de nada cuando ya el daño está hecho. La herida está abierta y debe curar.

Esperemos que sea pronto.

*

Antes de ayer me caí en Barranquilla. Sentí punzadas en el pecho como puñaladas. Creí que nunca se me iba a pasar. El médico me lo había advertido. No lo ignoré, sólo que no lo vi venir. Sentí que me caía, e intentaba ser fuerte hablando porquerías en la calle, una muchacha trataba de ayudarme, yo sólo le gritaba obscenidades y le decía que no me ayudara, no quería caer, y, entre las obscenidades, recuerdo que grité el nombre de ella.

Me desmayé, pero llegué. Estoy jodido. Siento vergüenza.

Ayer, el sólo imaginarme las cosas que me dijiste me produjeron un dolor distinto. Un dolor que se lleva adentro, que te detiene el corazón para no sufrir más. Casi caigo nuevamente.

**

No sé si pueda olvidar todo lo que me dijiste. Espero que algún día sí. Porque soy estúpido y aún me imagino contigo.

miércoles, 8 de mayo de 2013

El delirio aquél

Podemos soñar, podemos recordar, podemos imaginar, podemos delirar.

Como si no hubiera terceros. Como si no me engañara, como si lo que dijera o intentara fuera sólo bromas. El tiempo se vuelve sólo una escala, una medida inútil contigo.

Trato y trato.

Es, simplemente inútil.

A veces creo que sólo eres un producto de imaginación, que sólo te he idealizado, que sólo te he creado, que sólo has vivido allí, aquí, en mi mente. No es posible que alguien como tú exista por fuera de mi cabeza para luego tomar vida, porque estás hecha bajo mi medida, sólo por eso. Pero dueles.

Me gustaría no engañarla más.

Me gustaría estar sólo contigo.

Me gustaría que no lo engañaras más.

Me gustaría que sólo estuvieras conmigo.

¿Por qué es tan difícil? 

¿Qué es tan difícil?

A mí no me importa, ¿a ti?, ¿es eso? ¿Qué es? En serio.

¿Por qué no podemos estar como hoy, como antes de ayer, como siempre, como antes...? Sólo los dos, sin problemas.

Comencemos de cero.

A veces se me olvida que sólo eres un sueño. Ése es el problema.

jueves, 2 de mayo de 2013

Tal vez sea hora...

Sabemos que no es verdadero. Sabemos que es un engaño. Sabemos que es mi propia ficción. Los tres lo sabemos. Sabemos que es sólo una idea mía, que soy nuevo en ello. Que fallará.

No sabemos la verdad si vaya a fallar. No lo sabremos si no lo intentamos. Por lo menos, eso trataré yo. Pese a ser una ficción, ¿qué sería de nosotros, los humanos, sin ellas? Sin las utopías, sin los sueños, si es que en eso nos la pasamos gran parte de nuestras vidas.

No sabemos si éste engaño me vaya a funcionar, pero debemos tratar. Debo traer a la realidad éste sueño: el sueño de olvidarte, aunque me engañe creyendo que podré sentir por ella lo que siento por ti. Por lo menos ahora.

Suena cruel. Suena injusto. Pero ella está de acuerdo. Aunque tal vez deba estar solo, pero quiero probar así, jamás lo he hecho, pero siempre hay una primera vez, aunque no esté de acuerdo. Es una contradicción. Tú lo haces, déjame a mí. No seas egoísta.

A veces creo que es más cruel lo que haces conmigo. No sé cuán bajo pueda llegar, digo, si es que hay algo más abajo que el suelo.

Tú no me defines. No puedes tenerme así. Un "no sé" no me sirve: me ilusiona. El "dale", de ella, motiva, me ayuda, me apoya a olvidarte por encima de cualquier injusticia o engaño con ella misma, sobre cualquier dolor y ansiedad, pero más arriba está la verdad, la sabe.

A ti te di todo. Todavía me tienes, pero juegas conmigo. Como dijo una vez una amiga: "no se puede tener todo en la vida".

Te agradecería que no me busques más hasta tanto me tengas una respuesta concreta, mientras tanto, no.

domingo, 28 de abril de 2013

La última

No hay palabras para describir tres años de felicidad, la cual, como sabemos, no es eterna, tampoco contínua. Así que lo mejor, es callar.

Apareciste en mi vida aquél diciembre del dos mil nueve, fuiste mi regalo de navidad, aquél que nunca imaginé.

Quise hacer un rancho en tus labios, vivir allí por un tiempo, justo en la comisura. Me dejaste.

Quise entrar en tus ojos de chocolate.

Quise perderme en tu pelo de mareas.

Quise pasear por tu piel.

Quise colonizar otros territorios: montañas, montes, colinas, selvas y desiertos sólo con la guía de la constelación de tus lunares.

Quise atravesar tu mente como un rayo, para quedarme allí.

Quise comerte los dedos como chocolate.

Quise comerte íntegra y chuparme los dedos cual manjar, cual regalo divino, proveniente sólo de aquí, misteriosamente de aquí.

Quise conocer todos tus secretos y pensamientos.

Me dejaste hacer todo eso y mucho más. Propusiste. Fui feliz. Mucho. No hay palabras para describir.

Algo pasó.

El rancho se quemó.

Tus ojos miran ahora con piedad, a pesar de tu crueldad. El chocolate de ellos no es ahora sino una oscuridad que te ahoga, te pierde.

Tu pelo es seda ahora, no un mar para navegarlo, ya no es mi mar.

Tu piel marca otros senderos y caminos, no los míos.

Me echaron, las puertas se cerraron, las estrellas siguen allí, sólo que ahora son marcas sin guía.

Estoy fuera. No tengo nada en ti. Has construido una muralla, como buena cartagenera. Me estoy conformando con las migajas que lanzas por encima de las murallas, con las que subsisto.

Las puertas se cerraron y no se volverán a abrir.

Extraño mi vida al interior.

Extraño mi vida contigo.

Extraño extrañarte tanto.

Extraño que me extrañes, que te emociones al verme. Ahora sólo soy otro más.

¿Qué pasó?

La nostalgia que me carcome, la melancolía que aplasta con la avalancha de recuerdos.

Cómo me gustaría que volvieras a ser mía.

Cómo me gustaría que todo volviera a hacer como antes.

Me encantaría volver a hacer mi casa en tus labios.

Ya eres ajena, por lo menos, a mí.

sábado, 27 de abril de 2013

El beso de Dios

Deambulando por la ciudad vieja. Debo llevar dos o tres vueltas sobre la periferia.

Eso pasa cuando no tienes rumbo, naturalmente, solo andas y ya, hasta que el tiempo se acabe o hasta que el cuerpo se olvide del pensar.

Se me aparece el diablo, con una sonrisa pícara, en una de aquellas caminatas donde el sofocación de la mañana ha muerto, donde el atardecer colorea la ciudad para darle luto al día.

El Diablo me presenta a Dios en sus manos.

Yo acepto conocerlo.

El diablo se ríe.

Aparece Dios.

Quiero ir al cielo, o por lo menos, pasar un rato. -¿Cuál es tu bulla? -¿Qué es lo que hay?

Visité.

No fue nada del otro mundo.

No puedo manejar la mano de Dios que me cachetea con fuerza a medida que mi deseo por conocer su indulgencia, aquella de la que tanto hablan y de la que afirman que, incluso, cura. Sólo me hace más lento y hablador, hablador pero conmigo mismo. Aún no encuentro al sujeto.

No veo, ni siento indulgencia, salvo una escala temporal, brincos en el trayecto de regreso a la casa. Totalmente distinto al espiral descendente que conformaba el camino cuando iba con la mano de Dios en el bolsillo de mi camisa.

No siento el perdón.

No siento la calma.

El Diablo debe estar decepcionado, seguramente habrán otros.

A Dios le debe dar igual, uno menos, mejor para él.

Prefiero la realidad.

Y, ¿por qué no?, el alcohol, muy a pesar del arrepentimiento que puedas sentir al día siguiente por las acciones ebrias. 

sábado, 20 de abril de 2013

El viejo Pablo me busca pelea

Pablo era (en realidad no sé si aún viva) uno de esos viejos problemáticos que alguna vez ocupó otro lugar en nuestra sociedad, muy distinto al que por aquellos días -y tal vez hoy, de estar vivo- tenía. Se trataba de un señor que podía ostentar a mis diecinueve años, unos cuarenta, o máximo, cuarenta y cinco. Hablamos de hace casi diez años. Aunque era relativamente joven, su aspecto demacrado por aquél entonces hacía visible la rápida transformación que había sufrido, debido a los infinitos motivos que pudiera él dar. Decían que se trataba de alguien con mucho dinero, quien llegó (con su familia) a construir algunos edificios de apartamentos e incluso, condominios. Él solo, sin socios. La plata -decían- había surgido de la venta de finca que habían heredado del viejo Pablo mayor, es decir, el papá, el difunto; dinero que, una vez repartido entre los seis hijos que conformaban aquella familia. Nadie imaginó que aquella finca multiplicaría por diez su valor al encontrarse cerca del mar, nadie lo imaginó hace sesenta años. Pablo sacó provecho de su parte y construyó un pequeño edificio de tres pisos a dos apartamentos por nivel. Todos se burlaron de él debido a la duración del proyecto y a la aparente miseria en la que vivía: nunca gastó un peso en recreación durante aquellos años duros. Tiempo después, tendría ya varios edificios donde incluso, vivían sus hermanos sin pagar peso alguno al igual que uno que otro familiar, éstos -sus hermanos- no administraron tan bien el dinero como Pablo y fueron a bancarrota, Pablo, como buen hermano, los acogió sin excusas. Dicen.

Nadie se imaginó -dicen- que Pablo fuera a poseer tanto dinero, tanta plata en una persona parecía inverosímil, hasta injusto, según "los envidiosos y resentidos" que Pablo detestaba desde lo más profundo de sus entrañas. Comenzó la paranoia: me van a matar, me van a quitar aquello por lo que tanto he sufrido -pensaba Pablo, por lo que comenzó practicar boxeo, él afirmaba que nunca se iba a dejar joder sin pelear hasta morir. Apenas tenía veinticinco. Contaban que tenía tanto estrés, que, si pudiera cargarlo, habría muerto herniado, mas él respondía que aún así, habría tratado de levantarlo hasta explotar. Algunos le decían voluntad de hierro, incluso, en el gimnasio al que asistía, el Bernardo Caraballo; en el coliseo, se había ganado cierta fama por pelear "sólo por probar" con tipos de talla mundial como Cervantes (Kid), Miguel Lora (Happy), y dicen que hasta el mismo Bony y Rodrigo Valdés. Yo siempre puse en duda todos esos cuentos, si me preguntan. Igual, siempre perdía, me contaban. También, se hizo famoso por la cantidad de escoltas que aumentaban a medida que asistía al coliseo, sus bienes, capital y con ello, su paranoia, llegó a tener catorce guardaespaldas.

Quien menos pensó en perder fue él, pero su dinero. Todo comenzó cuando al parecer alguien le hizo el siguiente comentario: "deberías tomar las cosas con calma, cogerla suave". Nadie sabe quién le dejó esa inquietud sobre el tema de la recreación. No se había dado cuenta que estaba en sus treinta y no conocía cosa distinta a los negocios. Con aquella curiosidad nace el deseo por conocer de qué se trataba el asunto. Comenzó con perico y con eso, a disminuir la cantidad de escoltas. Él mismo contaba que inhalar no afectaba sus finanzas -al contrario, lo ayudaba a concentrarse y a estar más atento a la gente-, sino sus amigos, aquellos que nunca tuvo, aparecieron en aquellas parrandas donde el perico en bandeja era la entrada para los platos que se sucedían y ascendían estimulantemente. Los platos fuertes variaban de acuerdo a la ocasión, mas no supe en detalle de alguno.

Luego vino la familia, sus hermanos, quienes al ver el estado mental en que andaba Pablo y la quiebra por la que ellos andaban desde hacía años atrás, decidieron sacar provecho de la situación declarándolo interdicto bajo las pruebas, más que evidentes de sus parrandas. Terminó confinado en el cuarto de sanalejo de uno de sus edificios, a cargo, ahora, de sus hermanos.

El día que se lo quitaron todo ya no tenía escoltas, es más, ni siquera notó la diferencia de vivir en una mansión a la de vivir en un zaguán, nadie lo defendió, ni él mismo. Sus amigos eran una broma, ellos ni siquiera pensaron en intervenir, incluso, colaboraron con los hermanos, esperando alguna "ayudita", que, nunca recibieron, como era de esperarse. Nunca lo atracaron, nunca lo secuestraron, nunca atentaron contra èl, nunca, nada. Su misma familia.

Así, le daba igual si dormía en las calles que en el zaguán, se sentía libre, sin preocupaciones, seguramente feliz, recibiendo las limosnas que de rodillas pedía a sus hermanos; una que otra moneda por la calle y todo para quién sabe qué objeto de placer. Nadie tenía que ver con él, y, como era de esperarse, él tampoco tenía que ver con los demás. Brincaba de una profesión a otra: como sabemos, pasó de magnate empresario a encargado de papeles de publicidad de quién sabe qué negocio y de dicha profesión tan ficticia y rebuscada a reciclador, de reciclador a vigilante del orden de las cosas en los edificios, otrora suyos, donde dormía y donde, tal vez por lástima, dejaban entrar, igual, nadie le temía como en otros tiempos, mucho menos, respetaba. De ser aquella especie de superfluo mayordomo regresó a reciclador, si no estoy mal.

El mismo Peña (Peñalosa), quien conozco desde que tengo nueve años, me explicaba que nunca lo vio reírse, aún cuando fueron conocidos del barrio, claro, para la fecha que Peñalosa era Peñalosa, es decir, el joven que habla siete idiomas (es en serio), vivía aún con su familia y paseaba a Europa como quien cruza una calle, y ni siquiera vendía sus bienes para comprar aquello que no lo estimulara a recordar aquellos días donde el capricho de ir a Ámsterdam para ver a los Rolling Stones era satisfecho sin abrir la boca, por parte de papá y mamá, que tenían dinero hasta para prender el fogón del horno o de la estufa. Peñalosa, quien es contemporáneo de Pablo, mas no amigos, contaba que Pablo siempre fue un tipo serio y desconfiado, y que, jamás lo invitó a aquellas fiestas que nunca superó, donde seguramente Peña habría sido muy feliz, aunque le hubiera tocado vender las joyas de oro y esmeraldas que la mamá ostentaba diariamente.

Peña exagera cuando dice que el viejo Pablo mató a un boxeador de un sólo cruzado, aunque "la voluntad de ese tipo iba en ese puño, con ese odio que Pablo le tenía a la gente que peleaba por plata", como decía Peñalosa, me hacía casi creerlo. Igual, creo que nunca lo sabré.

Al viejo Pablo lo conocía, como todos, porque andaba por las calles, a veces con camisa guayabera mangas largas de lino fino, muy callado, recogiendo latas y cosas que se pudieran vender, de la calle. Nunca hablaba con nadie. Hasta mi abuelo, cuando salíamos a pasear, me decía "ése tipo se volvió una mierrrda", pero nunca me explicó, o cuando le preguntaba, se molestaba y me respondía con un "arght... ¡eso no sirve!" entre dientes.

Cierta ocasión, ya, a mis diecinueve, el viejo, que se había vuelto amargado, con, quizá, cuarenta, cuarenta y cinco años, dejo caer una lata por descuido, cerca de la bahía, y cuando volteo para recogerla, el viejo Pablo iba a hacer lo mismo, mas ve que voy por ella y me empuja: "¡deje eso, que es mío, insolente!", me causó sorpresa cuando me gritó así, al igual que el hecho de haberme empujado con tanta fuerza, que he podido caer. Sonreí y se la dejé.

Al día siguiente, caminando por el mismo sector, solo, Peña me cruza por el lado a pedirme plata, y bueno, a  traerme historias, igual, le narro lo sucedido con el viejo Pablo y me advierte de sus cualidades como boxeador y de su carácter explosivo. Le digo que no tengo plata a Peñalosa y se va. Metros más adelante aparece el sujeto, con cerca de un metro ochenta y cinco de altura y algunos ochenta kilos de peso, que, pese a las drogas, no perdió, seguramente a causa de los gigantescos platos de comida que le guardaban, según mi abuela y Peña, en uno de los restaurantes que llegó a abrir, mas de él sólo era la idea del nombre: "La Fragata", si la memoria no me falla. Mirada obstinada la de él, cuando me reconoce y me empuja, cayendo yo al suelo, y me grita "¡tú fuiste, tú fuiste!", me causó admiración la cosa, a la vez, gracia, "¿yo fui qué?" -le respondí entre risas. "¡No te rías, que tú fuiste el que me robaste! ¡El que me robó toda la plata!". No sé qué cable se le habrá cruzado a él, pero me hacía responsable de sus males.No voy a mentir, creí que me molería a golpes en el piso, ya que para tumbarme, había empleado bastante fuerza, o al menos, eso sentí; bueno, mido uno noventa, y por aquellos días podría pesar diez kilos menos que ahora, es decir, unos noventa y cinco

-"¡Párate y pelea, hijueputa, que te voy a matar!"

No sé porqué me acordé de la historia de Peña, pero la determinación de éste sujeto era para asombrarse, daba miedo en realidad, aunque sabía que yo estaba más grueso y joven, mientras que él, posiblemente flaco al lado mío, no le importó para convidarme a pelear. Y, como es de esperarse, la gente comenzó a acercarse para ver el espectáculo, esto es, ser humillado por un indigente.

Sin miedo a la historia de Peña, esperando que fuera otra de sus exageraciones, propias de su imaginación desaforada, producto de quién sabe qué alucinógeno, me levanté y muy comprensivamente le respondí: "yo creo que tú me confundes, viejo, no soy yo, es más, ni siquiera nos conocemos". Las palabras son pólvora para sus brazos que empujan tremenda derecha y me manda al piso. La gente gritaba emocionada, yo sólo sentía el golpe en la mandíbula y deseaba que algún policía llegara y se lo llevara.

Ni siquiera medió palabra.

Me gritaba "¡párate, hijueputa, para ver si me vas a quitar la plata ahora!". No había más alternativa, había que responder, así que recordé algunas enseñanzas de los tíos míos, bueno, los que practicaron boxeo en la Armada y en el ejército, y me puse en guardia, o por lo menos eso creí, la alcé, zurdo, aunque soy derecho. Quienes me conocen saben que soy derecho a la fuerza.

El tipo era lento, yo me sentí con ventaja, quería usar mis piernas pero me gritaba "¡sin las piernas, marica, que ésto es boxeo!", así que le seguí el juego con la guardia que tenía. Ser más alto me daba inclusive, más posibilidades de joderlo, yo ya no pensaba compasivamente, además, la gente se burlaba y yo, comía mucho de eso.

Sentí un golpe mucho más duro que el anterior, tal vez el golpe físico más fuerte que haya sentido en mi vida,  a pesar que lo bloqueé, sentía que mi oreja sangraba. Era lento, así que aproveché para golpearlo con todo, le di dos veces, y cayó al piso, la gente me gritaba animal, salvaje, aprovechado, inmoral, otros pedían que lo matara, nadie se metió, igual, ése sector de la Bahía, estaba relativamente solo. Pablo, que no parecía tan viejo y acabado se paró de un brinco y lanzó dos izquierdas que esquivé como un conejo, ya, igual, venían como en cámara lenta, pero sentía que venían con furia, con ira, otro par de derechas que esquivé y que aproveché para responderle con una seguidilla de todo lo que pudiera darle, me dolían incluso los nudillos, las manos, las muñecas. El tipo vuelve a caer, y siento ganas de patearle la cara vilmente en el suelo, para dormirlo, no obstante, me controlo y espero que se vuelva a parar, levanta la guardia y le mando un gancho de derecha que lo manda al piso otra vez, pero vuelve y se para, se lanza hacia a mí, mas logro evitar el par de trompadas que quiere darme, aprovecho y le mando otra que lo tira a la arena, y yo, con esperanzas de que no se levantara, pues ya pensaba que lo podría dañar, sin embargo, se paró de la arena y como si nada, se sacudió, caminó con la guardia arriba, hacia donde mi nuevamente, me molestó más que me buscara, por lo que le di el golpe más fuerte que creí darle a alguien, y se lo di en medio de las cejas, sentí que se me había roto la mano, fue horrible, Pablo volvió a caer pero no se iba a dejar matar y nuevamente arriba, con la cara llena de sangre alzó la guardia y con la misma mirada de obstinación, iba hacia delante, donde yo estaba. La cosa, hasta ahora, daba más miedo, me lanzó un golpe, uno solo, que me mandó al piso otra vez, no lo podía creer, me había dado en la mandíbula otra vez, recuerdo que alguien gritaba de manera escandalosa "¡cogeeeee maricaaaaa, cogeeeee!", tardé para pararme, sentía un peso enorme, y mareo, mucho, cuando me levanté, ahí estaba el monstruo aquél con la guardia levantada, esperándome, me acordé de aquello de la voluntad y de que no se iba a dejar matar así porque sí, ésto era en serio. Igual, no podía quedarme así, allí, me sentía cansado, pero le di de todas las formas posibles, sólo recibió y cayó.

La juventud sorprende, pero la experiencia enseña, pensé, porque si había podido tumbarlo varias veces fue también por mi voluntad, porque así lo deseé, así traté, yo mismo me sorprendí, pero la experiencia no se improvisa, ya él sabía de lo que se trataba, sabía cómo bloquear, cómo provocarme, era, seguramente, para él, la pelea de su vida, donde no se iba a dejar quitar nada, quería enseñarme eso, no se iba a dejar quitar la vida, seguramente creería él en medio de su locura. Con el rosto ensegrantado, todo lleno de tierra, arena, con su guayabera manga larga y sus zapatos finos de hace mucho tiempo, tropezaba y se tambaleaba. No se iba a dejar matar.

Su último golpe, o intento, fue un cruzado que lanzó con tanta fuerza e impulso que hizo que se cayera con todo y cuerpo, yo lo esquivé, pero cayó a mis pies, lo vi ahí, tratando de pararse como podía y sentí lástima por mí mismo. Sentí admiración a la vez.

Esos tres o seis minutos que duró los sentí eternos, salí con un lado de la barbilla morado, y un pequeño rasguño en la oreja, que aún no entiendo porqué sangró tanto. Él, no sé, sé que sangró mucho, igual, mis manos quedaron hinchadas, moradas y magulladas. La policía apareció a los eternos segundos que lo vi intentando pararse y nos "separaron", a buena hora, como siempre. La gente igual le gritaba a los agentes "suelta al barbilla de vidrio", refiriéndose a mí, sentí vergüenza, cuando me preguntaron sobre lo que pasó, yo no dije nada en el momento, estaba pendiente del viejo Pablo, que no dejaba que los agentes lo levantaran, y me gritaba "¡cobarde!, ¡tuviste que llamar a la policía, no me pudiste matar, marica, pero no lo trates, porque la próxima te mato, maricón!". Me sorprendían sus ganas, tal vez, tanta ira, tanto resentimiento, tantas ganas, me inspiraba... Cuando al final estaba de pie, los policías lo reconocieron y no le hicieron nada, solo lo metieron en la camioneta y lo llevaron algunas cuadras más adelante, donde lo soltaron, ya que yo tampoco denuncié o algo por el estilo, y bueno, así es aquí.

Días después, sin hablar muchas veces de éste vergonzoso acontecimiento, sino, hasta ahora, lo sabían cuatro personas por mi boca, pero días después, me encontré al viejo Pablo, como si nada, sin cicatrices ni nada, aunque lo vi sin mis lentes y como saben, mi vista es pésima, comencé a dudar de mi fuerza, de si en verdad pegaba suave, hasta llegué a pensar que se trataba además de una fuerza sobrenatural, su misma voluntad, que lo hizo curarse rápido. Me pasó por el lado, con su misma mirada, y creí que haría algo, que se me lanzaría o algo por el estilo, recordando su juramento de venganza, pero no hizo nada, a lo mejor ni me reconoció.

No lo he vuelto a ver en años.

Siempre he creído que salí perdiendo, pero igualmente me siento beneficiado con el ejemplo y la lección que me dio. Hoy día sigo pensando en su voluntad como inspiración: ha podido joderme, en serio.

viernes, 19 de abril de 2013

Quisiera

Me gustaría levantarme y que no fueras lo primero en lo que pienso.

Me encantaría dormir las horas justas y no las que arañe o que el cansancio les robe a la noche. Créeme. Sería lo mejor que le podría pasar a mi cuerpo: no atormentarme cada noche antes de dormir con tu recuerdo, el imaginarte y no tenerte... ni en sueños.

Tampoco sueño.

Tengo pesadillas.

Evito dormir por temor a lo que me pueda encontrar en aquél mundo horrible donde sólo soy una imagen, donde estoy fuera de aquél plano, tu realidad, que también fue la mía.

Cada vez que cierro los ojos es abrirlos al infierno. Trato de distraerme, de no pensar en ti, de no recordar, de no figurarte, pero la mente me traiciona cada vez que le da la gana.

Ahora soy nada.

Me encantaría, en serio, hacerte caso, de la manera más formal, besarte en la mejilla, sonreír cortesmente y olvidarte. Me encantaría, en serio, hacerte caso, pero no puedo.

Me cuesta verte y no intentar besarte, me cuesta verte y no imaginarte sin mí, es la peor parte.

Yo podría dármelas del duro e ignorar todo, pero no es así, he llegado hasta lo último, donde la dignidad es sólo una palabra de letras que se han juntado al azar, no significa nada.

Tanto tiempo sin dormir sólo me ha hecho tener alucinaciones -esto es peor, te veo, como idea, en todos lados, te confundo con sombras y objetos, son milésimas de segundo donde la ilusión de volverte a ver (así sea por accidente) y que me sorprendas con tu presencia, calman mi angustia; después de espabilar, no queda sino el choque. Alucinar con tu olor, con tu piel, con tu voz, no es sino el camino del éxtasis previo al golpe.

Me pides un imposible.

Quisiera arrancarte de mí, que se desprenda, incluso, tu olor de mi piel. No confundirte y ver claramente que no eres tú, que son alucinaciones... Quisiera no recordarte más... Con dolor...

Mas.

Es inevitable.


martes, 16 de abril de 2013

Diez


Todas las noches es lo mismo. Temerle a la oscuridad. Espantar a los mismos fantasmas, que cada vez son más, que vienen por mí.

Me pregunto qué pasaba en mi infancia: allí nunca aparecían. Hoy son una apéndice de mi dormir.

No me llevan, sólo me atormentan. Me gustaría que la noche acabara a veces, llegara el fastidioso sol para ir al trabajo, como si nada.

Me pregunto qué hacía aquél niño que se ha transformado en una persona totalmente distinta. A veces me gustaría ir y preguntarle, así fuera en sueños, a aquél ser que ronda vagabundo en medio de recuerdos e imágenes mal enfocadas.

En ocasiones evito dormir en la noche, para vivir en ella, así sólo estoy yo: sin pesadillas.

Me pregunto si ese niño seré yo. Me pregunto si me reconocerá, si se reconocerá. Me pregunto qué pasará por su cabeza a mi edad.

Fracaso.

Debí dejar de soñar hace mucho.

Debí seguir mi camino, mi sendero, sin interrupciones, seguir hasta el fin. Pero existen otros.

Quizá, sólo quizá.

Debería retomar el rumbo.

A lo mejor es todo un espejismo, como las impresiones de los sueños, de los sueños de aquél animal que andaba por un sendero, entre matorrales y charcas. Sin dolor alguno, más que el de las zarzas.

Tal vez se trató de un sueño, del que debo despertar, en el que estoy inserto, una realidad intangible, deseada, mas inalcanzable. Tal vez debo ignorar todo y seguir, viviendo como lo he hecho: sin rumbo, a través de un camino que desaparece, que un niño ideó, mas no siguió, algún día volveré a hablar con él, inmune a todo, valiente, indestructible, esa lo describe mejor. Cuando no lo envidie, como al único ser.

Sólo me gustaría preguntarle qué hacía.

Aunque, supongo que, sólo vivía.

domingo, 3 de marzo de 2013

Nunca es tarde (creo)

No sabría cómo explicártelo, pero siempre que hacerlo.

Simplemente pasó hace una década ya.

Trataré con oraciones breves ya que mi redacción es pésima. Tú entenderás. Si regresas a la vida no quiero golpearte así, pero ahora que te vas primero que yo del mundo debo decírtelo como un compromiso que me hice: el de estar a paz con todos.

Ni siquiera éramos amigos, tú lo sabías. Llamarnos así no era más que un hábito donde, como costumbre, pesaba más que tal rótulo.

Éramos vecinos, de hecho, ni siquiera vivíamos cerca. Tú lo sabes. El barrio era lo único que teníamos en común.

Yo sabía que ella estaba contigo.

No te voy a mentir: siempre fue mi intención.

No es descaro, ¿o sí? Realmente, me importa poco ahora, ya pasó; no obstante, siempre actúo con una ética personal moralmente muy cuestionable.

Comenzó hace una década y dejó de pasar hace un poco menos.

Tengo cerca de cinco años que no sé de ella y de ti, salvo que estás muerto en vida dentro de un hospital y sólo te mantiene con vida un cable a 220V.

Puede que sea cinismo venir a escribir esto ahora, pero sé que ya tú lo imaginabas. Siempre quise dejar las cosas en claro. Algo pasó y nunca sucedió.

Me dolió aquella vez que me golpeaste a la cara con la botella y porque estabas borracho lo dejé pasar. Aunque a veces pienso que se trataba del remordimiento que me daría ver sufrir a alguien por mi cuenta. Yo sabía que podía herirte, sin embargo, opté por seguir.

Tuve alternativas, cogí la espinosa.

Cuando ella me contaba las cosas que la hacían sufrir era yo quién sufría. Sólo sentía ganas de joderte a golpes y devolverte algo de ese dolor. Pero el intruso que buscaba sentir el dolor ajeno era yo.

Ni siquiera sé cómo explicarte.

A lo mejor la moral que mantenía de entonces era más elevada.

Ahora sólo soy honesto. Con el paso de los años me he vuelto cruelmente sincero, dirás, pero ambos hablamos sin eufemismos, a ambos nos disgusta hablar de ese modo: titulando a las cosas como no se llaman.

Ahora ni siquiera me importa.

No es piedad, es que no éramos ni somos amigos.

Tú estabas andando con ella, yo llegué interrumpiendo. Tú no la adorabas y yo de cosa no le alzaba altares o estatuas sobre pedestales.

Ése fue mi error al principio: asistir a la fiesta donde no había sido invitado para que tú me trataras bien como un buen anfitrión, a diferencia de ella. Yo de masoquista sólo seguí atrás. Como buen estúpido.

Te preguntarás cómo pasó. Yo sólo responderé con el mayor de los lugares comunes: "las cosas se dieron" lentamente, muy lentamente, diré. Duré más con ella que tú. En verdad la amaba.

Creo que mereces saberlo. ¿Por qué ahora? -dirás. Pero, como te digo, mi moral en aquél entonces era superior, ello cuestionaba tu reacción al saber, como la reacción de la gente con aquello del "qué dirán" al que poco atiendo.

Que ¿por qué ahora que estás en coma? Porque ahora me entero y como te dije, solo trato de escapar de algunos secretos compartidos antes de que gente como tú parta primero que yo.

¿Cobardía? ¿A qué? Hace un mes me enteré que estabas armado como millones de personas en éste país de mierda. No la amabas lo suficiente para matarla, y menos a mí, ni siquiera lo considerarías una traición o burla. ¿A que nos golpearas? Tampoco. ¿A que fuéramos estigmatizados y separados socialmente como parias? Tampoco. ¿A reacciones desconocidas? Tal vez. Recuerda que fue hace diez años y era diez veces más estúpido, aunque decirte ésto ahora no es que sea muy inteligente, es verdad.

Espero que algún día despiertes y te enteres.

Te dije que me dieras las llaves del carro, que no las dejaras adentro. Estabas borracho, te llevé a tu casa, luego a ella.

Te dije que eras la novia de un amigo, que lo acababa de dejar, me dijiste que te gustaba yo.

Nunca entendí.

Me besaste.

Me dijiste que no tenías dominio sobre ti, sobre tus decisiones y eso acabó por terminarnos.

Nunca le fui fiel, era la manera estúpida de hacer lo que ella hacía contigo, de sacármela. Fallé. Siempre la amé.

Nunca te fui fiel, te lo dije, siempre me dolió que no quisieras dejarlo a él por las miles de razones que nunca me diste y siempre alegabas. Siempre te amé.

No supe hablar de la pena ajena que sentía al verla contigo.

Nunca supe hablarte de los celos que sentía cuando te veía con él, nunca supe expresarte el dolor que sentía. Nunca se lo dije a nadie, pero regresaba llorando a la casa. Creo que no era necesario ser herido de otra forma.

Después que acabó contigo finalmente se quedó conmigo. Jamás fue lo mismo. Ya yo estaba deshecho para entonces.

Ron y otras drogas nunca amainaron el dolor que llevaba adentro. Siempre fueron para todos "cosas de la edad". Nadie lo supo. Lo sabes tú ahora, o más bien, lo sabrás si despiertas y alcanzas a leer.

Fueron dos años de un tinte variopinto, barcino como el pelaje del animal con el que soñaba en aquellos tiempos. Entre lo elocuente y digresor (como el modo en que te escribo) discreto y lo expuesto, lo sumiso y dominante, lo hiriente y placentero, no hubo tiempo regular. No sé si te habría pasado lo mismo de haber seguido con ella. Ella se convirtió en la mayor de mis drogas.

No voy a entrar en detalle de lo que fue, de cómo pasó. Sencillamente sucedió.

Quería que te enteraras.

De todos modos, no somos amigos.

domingo, 17 de febrero de 2013

Rasgar

Desde que me vine a vivir con mi mamá me he encargado de las labores hogareñas. Desde su enfermedad. Hace casi un año. Hasta hace apenas un mes intercambio labores con una señora que viene a encargarse de ellas, eso significa más tiempo de silencio para mí.

Sigo sin trabajo, voy para un mes deambulando en miserias de empleos miserablemente pagos, con algunos ahorros ínfimos solvento algunos gastos básicos que no pueden pasarse por alto dentro de la vida de alguien que piensa en destruirse más rápido de lo que la vida misma acaba. Sí, suena a veces a desperdicio pero sin placer no hay tiempo. Es lo que a veces pienso.

En ocasiones se me ocurre hacer un diario, escribir cada cosa que me parezca interesante, interesante que me haya sucedido. De vez en cuando lo considero, pero bien, como muchos, tengo un Blog insípido.

Deben estarle pasando muchas cosas fantásticas a la gente allá afuera, detenerse en un solo ser cuya redacción no es muy buena parece ser una manera poco agradable de perder el tiempo.

No sé porqué se me ocurren introducciones a algo tan mínimo pero a la vez tan común que narraré del modo más breve.

Creo que fue a eso de las cinco y media de la mañana de hoy. Luego de haber venido de horas de habladuría y bebidas con amigos con los que había jugado la mañana de ayer (por lo que estaba sucio, mugroso y cansado), unos veinte minutos después de haberme bañado, organizado la ropa y tal, caí en la cama como peso muerto. No recuerdo haber visto el reloj despertador antes de caer en cuenta que no estaba borracho y que sólo era cansancio lo que me atrapaba en la cama; tampoco recuerdo pensar mucho ni hacer cálculos de tiempo, por lo que quizá estaría boca abajo despierto, no sé, unos diez o veinte minutos (?) antes de cerrar los ojos hasta que volviera a salir el sol, no obstante, el acto fue interrumpido por tremendos alaridos, chillidos y gritos que provenían de algún lado fuera del cuarto. Por un momento creí que se trataba del radio que se había activado con la alarma de las seis, o seis y media (sí, los desempleados también nos levantamos temprano esperanzados en que algo bueno pasará en el día, bueno al menos eso creo generalizando mi actuar para con los demás). Aturdido por el cansancio y el ron que no había acabado de reposar me levanté suavemente de la cama y esperé a que se volviera a repetir, salí del cuarto sigilosamente con la vaga idea de que mi cabeza no me estuviera jugando sucio con alguna alucinación auditiva, qué se yo, como cuando uno cree escuchar su nombre a lo lejos pronunciado por alguna voz familiar para al final darse cuenta que es sólo la imaginación, o en el peor de los casos fuera cierta la llamada de aquella persona conocida y la ignoráramos por estar acostumbrado a estos juegos de la mente. Con aquella intermitente expectativa iba suavemente a la puerta de la casa por entre las pocas sombras que quedaban a esas horas de la mañana -noche aún para mí, y vuelven a escucharse esos gritos horrendos, no había espacio para vacilaciones: era cierto, algo pasaba fuera de la casa.

Salí a las escaleras (pues vivo con mi mamá en un pequeño edificio y su apartamento está en el segundo piso) con lo que tenía puesto para dormir y escuché unos pasos que venían del tercer o cuarto piso y bajaban: dos mujeres y un hombre alcancé a identificar a juzgar por los tonos. Regresé a la casa, cerré la puerta y corrí mientras que escuchaba sólo en mis recuerdos el sonido metálico de una motosierra, algo cortante, irremediable, distorsionado, como ciertos acordes de guitara; no sé porqué se me vinieron a la mente esos sonidos pero estaba seguro de lo que venía a hacer a la casa nuevamente.

Ya en el cuarto, me puse una pantaloneta y cogí el cuchillo que guardo debajo del colchón que guardo allí desde que comencé a tener esas pesadillas en donde venían a matarme sin razón aparente (no fueron muchos los días de pesadillas, pero creo que es un hábito heredado de mi abuelo, o mi tío Raymundo a quien en dos ocasiones intentaron matarlo por líos que aún no sé si es que ha sido por una buena explicación de su parte o tal vez es que no le he entendido). El cuchilló lo aseguré con el elástico de la cintura y regresaba con la misma prisa al área de las escaleras cuando me tropecé en el pasillo de los cuartos con mi hermano (quien esporádicamente duerme aquí) y más adelante con mi mamá desnuda y acababa de levantarse brincando de la cama a ver la situación y no le importó siquiera vestirse para salir, "¡es una persona la que está en peligro, mijo!" me contestó cuando le recomendé que se pusiera algo mientras la adelanté en el paso a las escaleras. "Tráeme la sábana, esa de secar toalla, blanca", porque es así como suele hablar mi mamá. Me desespera, porque es poco clara, ya no le contesto ni pregunto a lo que se refiere por aquello de la tolerancia y porque puedo ser golpeado con sus palabras y sus relampagueantes insultos, igualmente motivados por mi aparente ineficiencia en dichos momentos. Volví a entrar y deduciendo durante los tres o cinco pasos en velocidad que alcanzan la longitud de mis piernas, que se trataba de "cualquier manta o tejido que sirviera para taparle su cuerpo", tomé una sábana que vi en el sofá de la sala y cuando regresaba al pabellón de los apartamentos pensé o dije -no estoy seguro cuál de las dos por el ron en la cabeza, "no volverá a pasar".

Y es que yo me había dicho a mí mismo que no me metería más en una situación de esas por inconvenientes en el pasado donde siempre terminaba yo como el más perjudicado, como he contado otras veces no sólo aquí. Fue el chillido de "¡suéltala Leandro!" y el "¡Natalia, deja de gritarle para que se vaya de una vez!" -alaridos que recuerdo o por lo menos llegué a entender-, los que me hicieron salir en busca de una tragedia.

Luego de traspasar la puerta, adelantar a mi mamá y durante aquello hacer el gesto de taparla con la sábana que rechazó con el gesto para seguir andando encuera por el edificio, me di cuenta que la escena se estaba trasladando al primer piso puesto que una joven -que minutos después me enteraría que se llamaba Natalia y era mi vecina, a quien, en los tres meses que llevo viviendo aquí, no recuerdo haber visto antes, pero que supongo que sería una de esas cosas que vienen con las sociedades donde la individualidad del sujeto es lo que prima sobre cualquier otro aspecto- se hallaba bajando las escaleras a gateo.

"¡Que tú eres un hombre y  ella es una mujer!" recuerdo que decía la otra voz que gritaba mientras buscaba el lugar de dónde se emitía; mientras tanto, Natalia se encontraba casi en el reposo de las escaleras que daban al primer piso, con la cabeza mirando al suelo era imposible verle el rostro y examinarla desde lejos. "¡Métela a su casa! ¡Rápido!" me gritó mi mamá, para no molestarla ni siquiera le repliqué que no tenía ni la más mínima idea de dónde vivía, o si acaso vivía en el edificio. Lo que hice fue bajar de dos pasos ocho escalones hacia donde ella estaba, agacharme y levantarle el rostro con mis dedos desde el mentón y examinarle el rostro, lo tenía hinchado hacia un lado o tal vez fue mi percepción ya que tenía la cara inclinada hacia uno de los hombros mientras lloraba y gritaba. A la vez, mi mamá preguntaba, dando gritos, por una niña, de la cual tampoco tengo idea. Sólo unos segundos duró esto cuando me decidí por cargarla del modo en que mejor se me ocurrió: por los brazos, la traje a la sala y regresé corriendo a las escaleras corriendo con aquél sonido estridente entre bajo y agudo en mi mente.

Subí dos pisos a revisar lo que sea que fuere: vestigios de un ataque, otras personas, no sé, en resumidas cuentas: explicaciones. Arriba sólo encontré los restos de lo que era un celular de alta gama. Bajé los tres pisos a la entrada del edificio y encontré en el umbral a un tipo corpulento, de tal vez 1,80 sosteniéndose con un brazo a la pared que daba con las escaleras para los apartamentos, lo miré, pero no fue capaz de verme a los ojos, se veía de quizá unos cuarenta años, y se notaba cansado. No le dije nada, como si se me hubiera ocurrido algo sensato en esos momentos por decirle, así que segundos más tarde seguí rápidamente a la puerta del edificio y mientras me preguntaba el cómo habría podido acceder ya la reja de la entrada principal estaba abierta y venían dos agentes entrando: un hombre y una mujer, ambos con sus manos derechas sobre las armas de dotación respectivamente. Los saludé de "buenas noches" aunque el sola ya estuviera cortando ojos, se me adelantaron y yo seguí hacia el camino que conduce a la puerta de hierro: no vi a nadie más que pudiera representar un peligro.

Al regresar al edificio y al área para subir a los apartamentos estaba el mismo tipo siendo interrogado por la policía, y éste sólo respondía: "un celular, mi celular, se partió, pero ella no me lo quería dar, el de ella, eso fue todo". No era muy claro, pero a medida que voy subiendo las escaleras para finalmente regresar para dormir mis seis horas, escucho que el agente le pregunta: "¿tiene salvoconducto para ese arma?". No había caído en cuenta de la importancia de ésta pregunta sino hasta hace poco, al levantarme.

Cuando me encuentro en la puerta de la casa, ésta está trabada con todos los cerrojos y mientras timbro me gritan desde adentro "espere, espere", mas no logro identificar la voz. Mi hermano me abre y la escena parece algo íntima, la vecina y otra muchacha que jamás había visto tampoco hablando con mi mamá sobre lo sucedido, los detalles. Caminando despacio, calmado, hacia el cuarto escucho "mira, mijo, ésta era la que te decía -mi mamá haciendo referencia a su bata de baño que tenía puesta y que nunca había visto-; tráele a la señora la cosa esa que echa brisa, aire", por lo que sigo hacia la habitación y saco el ventilador, pues creo que era a eso lo que se refería, "gracias y tráele ahora agua", agregaba mi mamá.

Al acostarme nuevamente escucho toda la conversación, no me deja dormir aquél tono de voz. Al menos ya aquél sonido de ropa que se rasga no deambulaba por mi mente. Ella había terminado con él y éste se negaba a aceptar su decisión, por lo que con una copia de la reja del edificio irrumpió aquí y con una tarjeta había abierto la puerta de su apartamento para quitarle su teléfono celular y destruirlo contra la pared del pasillo, razón por la cual ella le gritó un "estúpido, animal" que seguramente se oyó por todos los pisos del conjunto y a nadie levantó salvo a nosotros. Los calificativos que usó Natalia hicieron que a Leandro se le diera por ahorcarla contra la pared del pasillo de la casa de su amor hasta dejarla morada y no bastaron los gritos y golpes de la amiga con la que estaba pasando el rato Natalia, para calmarlo. "¡Suéltala Leandro!" me levantó e hizo que me pusiera en pie de un brinco para salir. "Nunca se había portado así -agregaba Natalia-. Me mandó toda la noche y la madrugada mensajes de texto donde me amenazaba, que iba a matar a la supuesta persona con la que yo estaba y que luego me iba a matar a mí. Que le fuera sincera -decía entre sollozos y gemidos muy altos-". Ahí fue que recordé lo del arma, había venido para matarla y quién sabe qué o quién le habría impedido lograr su cometido. Probablemente haya sido la llamada de la amiga de Natalia a la policía, o un arrepentimiento en último momento, no lo sé. "Jamás se había puesto así, creo que estaba armado -agregaba una Natalia más calmada-. Yo sólo le había terminado porque me había dado cuenta que no me convenía, no tiene profesión, no hace nada, tiene treinta años y es un consentido de sus papás que tienen mucho dinero; son dueños de hoteles, tiendas, carnicerías y almacenes; eso no me parece un buen ejemplo para mi hijo. Sólo le terminé por eso". El timbre sonó y era la policía, lo sabía por las voces de los agentes, guardé el cuchillo otra vez debajo del colchón. Salí a la sala y vi que mi hermano les estaba preparando unas infusiones con las yerbas que tiene sembradas en la jardinera del balcón, las dos mujeres lloraban: una por el ataque y la otra por su amiga. "Nosotras quisimos huir, pero él nos perseguía -agregó la visita de la vecina-, aún así, los llamé -refiriéndose a los dos agentes que ya estaban dentro de la casa-". Siéntense -les dijo mi mamá, "¿dónde está el señor aquél?, que lo va a denunciar la niña. Por cierto, ¿dónde está tu niño?" "Está durmiendo -respondió Natalia". "El señor está allí sentado, en las escaleras -respondió también el policía mientras lo miraba desde la sala-. Dice que usted le rayó el carro y que por eso vino a reclamarle". En ese momento me asomé a ver al sujeto, que estaba custodiado por otros policías que habían llegado, allí, en las escaleras. Tenía cara de ira y cansancio, no parecía de treinta años como decía la vecina, siempre me pareció de más edad, me miró y pude sentir el odio por su mirada, a la vez que su incomprensión de la situación. Allí, me vine a acostar, deseando que las cosas fueran a mejor debido a que la policía ya tenía las manos en el asunto y podía dormir seguro.

Hoy 17 de febrero es el cumpleaños de mi mamá, no lo había olvidado, de lo contrario, estaría durmiendo en otro sitio. Sólo he dormido cuatro horas, pero me siento repuesto.

Comienza a llegar la gente a felicitar a mi mamá. "Ábrele a tu tío Ricardo, que vino con tu abuela -me pide mi mamá". Al bajar, en toda la puerta, me doy cuenta que no ha llegado nadie. Del andén se ve una muchacha que baja de una camioneta con un niño, es Natalia con su hijo, y el de la camioneta es Leandro, que la despide con una sonrisa, que en nada se parece a la expresión de su rostro madrugado. Abro la reja para que Natalia con su niño pasen, me saluda con un "buenas" mirando al suelo, no da la cara, aunque tampoco lo espero y bueno, más atrás viene Ricardo con mi abuela, entra mi abuela y atrás Ricardo y me saluda con una sonrisa amplia y un "traje la cerveza" y así, parece que será una buena reunión.