sábado, 20 de abril de 2013

El viejo Pablo me busca pelea

Pablo era (en realidad no sé si aún viva) uno de esos viejos problemáticos que alguna vez ocupó otro lugar en nuestra sociedad, muy distinto al que por aquellos días -y tal vez hoy, de estar vivo- tenía. Se trataba de un señor que podía ostentar a mis diecinueve años, unos cuarenta, o máximo, cuarenta y cinco. Hablamos de hace casi diez años. Aunque era relativamente joven, su aspecto demacrado por aquél entonces hacía visible la rápida transformación que había sufrido, debido a los infinitos motivos que pudiera él dar. Decían que se trataba de alguien con mucho dinero, quien llegó (con su familia) a construir algunos edificios de apartamentos e incluso, condominios. Él solo, sin socios. La plata -decían- había surgido de la venta de finca que habían heredado del viejo Pablo mayor, es decir, el papá, el difunto; dinero que, una vez repartido entre los seis hijos que conformaban aquella familia. Nadie imaginó que aquella finca multiplicaría por diez su valor al encontrarse cerca del mar, nadie lo imaginó hace sesenta años. Pablo sacó provecho de su parte y construyó un pequeño edificio de tres pisos a dos apartamentos por nivel. Todos se burlaron de él debido a la duración del proyecto y a la aparente miseria en la que vivía: nunca gastó un peso en recreación durante aquellos años duros. Tiempo después, tendría ya varios edificios donde incluso, vivían sus hermanos sin pagar peso alguno al igual que uno que otro familiar, éstos -sus hermanos- no administraron tan bien el dinero como Pablo y fueron a bancarrota, Pablo, como buen hermano, los acogió sin excusas. Dicen.

Nadie se imaginó -dicen- que Pablo fuera a poseer tanto dinero, tanta plata en una persona parecía inverosímil, hasta injusto, según "los envidiosos y resentidos" que Pablo detestaba desde lo más profundo de sus entrañas. Comenzó la paranoia: me van a matar, me van a quitar aquello por lo que tanto he sufrido -pensaba Pablo, por lo que comenzó practicar boxeo, él afirmaba que nunca se iba a dejar joder sin pelear hasta morir. Apenas tenía veinticinco. Contaban que tenía tanto estrés, que, si pudiera cargarlo, habría muerto herniado, mas él respondía que aún así, habría tratado de levantarlo hasta explotar. Algunos le decían voluntad de hierro, incluso, en el gimnasio al que asistía, el Bernardo Caraballo; en el coliseo, se había ganado cierta fama por pelear "sólo por probar" con tipos de talla mundial como Cervantes (Kid), Miguel Lora (Happy), y dicen que hasta el mismo Bony y Rodrigo Valdés. Yo siempre puse en duda todos esos cuentos, si me preguntan. Igual, siempre perdía, me contaban. También, se hizo famoso por la cantidad de escoltas que aumentaban a medida que asistía al coliseo, sus bienes, capital y con ello, su paranoia, llegó a tener catorce guardaespaldas.

Quien menos pensó en perder fue él, pero su dinero. Todo comenzó cuando al parecer alguien le hizo el siguiente comentario: "deberías tomar las cosas con calma, cogerla suave". Nadie sabe quién le dejó esa inquietud sobre el tema de la recreación. No se había dado cuenta que estaba en sus treinta y no conocía cosa distinta a los negocios. Con aquella curiosidad nace el deseo por conocer de qué se trataba el asunto. Comenzó con perico y con eso, a disminuir la cantidad de escoltas. Él mismo contaba que inhalar no afectaba sus finanzas -al contrario, lo ayudaba a concentrarse y a estar más atento a la gente-, sino sus amigos, aquellos que nunca tuvo, aparecieron en aquellas parrandas donde el perico en bandeja era la entrada para los platos que se sucedían y ascendían estimulantemente. Los platos fuertes variaban de acuerdo a la ocasión, mas no supe en detalle de alguno.

Luego vino la familia, sus hermanos, quienes al ver el estado mental en que andaba Pablo y la quiebra por la que ellos andaban desde hacía años atrás, decidieron sacar provecho de la situación declarándolo interdicto bajo las pruebas, más que evidentes de sus parrandas. Terminó confinado en el cuarto de sanalejo de uno de sus edificios, a cargo, ahora, de sus hermanos.

El día que se lo quitaron todo ya no tenía escoltas, es más, ni siquera notó la diferencia de vivir en una mansión a la de vivir en un zaguán, nadie lo defendió, ni él mismo. Sus amigos eran una broma, ellos ni siquiera pensaron en intervenir, incluso, colaboraron con los hermanos, esperando alguna "ayudita", que, nunca recibieron, como era de esperarse. Nunca lo atracaron, nunca lo secuestraron, nunca atentaron contra èl, nunca, nada. Su misma familia.

Así, le daba igual si dormía en las calles que en el zaguán, se sentía libre, sin preocupaciones, seguramente feliz, recibiendo las limosnas que de rodillas pedía a sus hermanos; una que otra moneda por la calle y todo para quién sabe qué objeto de placer. Nadie tenía que ver con él, y, como era de esperarse, él tampoco tenía que ver con los demás. Brincaba de una profesión a otra: como sabemos, pasó de magnate empresario a encargado de papeles de publicidad de quién sabe qué negocio y de dicha profesión tan ficticia y rebuscada a reciclador, de reciclador a vigilante del orden de las cosas en los edificios, otrora suyos, donde dormía y donde, tal vez por lástima, dejaban entrar, igual, nadie le temía como en otros tiempos, mucho menos, respetaba. De ser aquella especie de superfluo mayordomo regresó a reciclador, si no estoy mal.

El mismo Peña (Peñalosa), quien conozco desde que tengo nueve años, me explicaba que nunca lo vio reírse, aún cuando fueron conocidos del barrio, claro, para la fecha que Peñalosa era Peñalosa, es decir, el joven que habla siete idiomas (es en serio), vivía aún con su familia y paseaba a Europa como quien cruza una calle, y ni siquiera vendía sus bienes para comprar aquello que no lo estimulara a recordar aquellos días donde el capricho de ir a Ámsterdam para ver a los Rolling Stones era satisfecho sin abrir la boca, por parte de papá y mamá, que tenían dinero hasta para prender el fogón del horno o de la estufa. Peñalosa, quien es contemporáneo de Pablo, mas no amigos, contaba que Pablo siempre fue un tipo serio y desconfiado, y que, jamás lo invitó a aquellas fiestas que nunca superó, donde seguramente Peña habría sido muy feliz, aunque le hubiera tocado vender las joyas de oro y esmeraldas que la mamá ostentaba diariamente.

Peña exagera cuando dice que el viejo Pablo mató a un boxeador de un sólo cruzado, aunque "la voluntad de ese tipo iba en ese puño, con ese odio que Pablo le tenía a la gente que peleaba por plata", como decía Peñalosa, me hacía casi creerlo. Igual, creo que nunca lo sabré.

Al viejo Pablo lo conocía, como todos, porque andaba por las calles, a veces con camisa guayabera mangas largas de lino fino, muy callado, recogiendo latas y cosas que se pudieran vender, de la calle. Nunca hablaba con nadie. Hasta mi abuelo, cuando salíamos a pasear, me decía "ése tipo se volvió una mierrrda", pero nunca me explicó, o cuando le preguntaba, se molestaba y me respondía con un "arght... ¡eso no sirve!" entre dientes.

Cierta ocasión, ya, a mis diecinueve, el viejo, que se había vuelto amargado, con, quizá, cuarenta, cuarenta y cinco años, dejo caer una lata por descuido, cerca de la bahía, y cuando volteo para recogerla, el viejo Pablo iba a hacer lo mismo, mas ve que voy por ella y me empuja: "¡deje eso, que es mío, insolente!", me causó sorpresa cuando me gritó así, al igual que el hecho de haberme empujado con tanta fuerza, que he podido caer. Sonreí y se la dejé.

Al día siguiente, caminando por el mismo sector, solo, Peña me cruza por el lado a pedirme plata, y bueno, a  traerme historias, igual, le narro lo sucedido con el viejo Pablo y me advierte de sus cualidades como boxeador y de su carácter explosivo. Le digo que no tengo plata a Peñalosa y se va. Metros más adelante aparece el sujeto, con cerca de un metro ochenta y cinco de altura y algunos ochenta kilos de peso, que, pese a las drogas, no perdió, seguramente a causa de los gigantescos platos de comida que le guardaban, según mi abuela y Peña, en uno de los restaurantes que llegó a abrir, mas de él sólo era la idea del nombre: "La Fragata", si la memoria no me falla. Mirada obstinada la de él, cuando me reconoce y me empuja, cayendo yo al suelo, y me grita "¡tú fuiste, tú fuiste!", me causó admiración la cosa, a la vez, gracia, "¿yo fui qué?" -le respondí entre risas. "¡No te rías, que tú fuiste el que me robaste! ¡El que me robó toda la plata!". No sé qué cable se le habrá cruzado a él, pero me hacía responsable de sus males.No voy a mentir, creí que me molería a golpes en el piso, ya que para tumbarme, había empleado bastante fuerza, o al menos, eso sentí; bueno, mido uno noventa, y por aquellos días podría pesar diez kilos menos que ahora, es decir, unos noventa y cinco

-"¡Párate y pelea, hijueputa, que te voy a matar!"

No sé porqué me acordé de la historia de Peña, pero la determinación de éste sujeto era para asombrarse, daba miedo en realidad, aunque sabía que yo estaba más grueso y joven, mientras que él, posiblemente flaco al lado mío, no le importó para convidarme a pelear. Y, como es de esperarse, la gente comenzó a acercarse para ver el espectáculo, esto es, ser humillado por un indigente.

Sin miedo a la historia de Peña, esperando que fuera otra de sus exageraciones, propias de su imaginación desaforada, producto de quién sabe qué alucinógeno, me levanté y muy comprensivamente le respondí: "yo creo que tú me confundes, viejo, no soy yo, es más, ni siquiera nos conocemos". Las palabras son pólvora para sus brazos que empujan tremenda derecha y me manda al piso. La gente gritaba emocionada, yo sólo sentía el golpe en la mandíbula y deseaba que algún policía llegara y se lo llevara.

Ni siquiera medió palabra.

Me gritaba "¡párate, hijueputa, para ver si me vas a quitar la plata ahora!". No había más alternativa, había que responder, así que recordé algunas enseñanzas de los tíos míos, bueno, los que practicaron boxeo en la Armada y en el ejército, y me puse en guardia, o por lo menos eso creí, la alcé, zurdo, aunque soy derecho. Quienes me conocen saben que soy derecho a la fuerza.

El tipo era lento, yo me sentí con ventaja, quería usar mis piernas pero me gritaba "¡sin las piernas, marica, que ésto es boxeo!", así que le seguí el juego con la guardia que tenía. Ser más alto me daba inclusive, más posibilidades de joderlo, yo ya no pensaba compasivamente, además, la gente se burlaba y yo, comía mucho de eso.

Sentí un golpe mucho más duro que el anterior, tal vez el golpe físico más fuerte que haya sentido en mi vida,  a pesar que lo bloqueé, sentía que mi oreja sangraba. Era lento, así que aproveché para golpearlo con todo, le di dos veces, y cayó al piso, la gente me gritaba animal, salvaje, aprovechado, inmoral, otros pedían que lo matara, nadie se metió, igual, ése sector de la Bahía, estaba relativamente solo. Pablo, que no parecía tan viejo y acabado se paró de un brinco y lanzó dos izquierdas que esquivé como un conejo, ya, igual, venían como en cámara lenta, pero sentía que venían con furia, con ira, otro par de derechas que esquivé y que aproveché para responderle con una seguidilla de todo lo que pudiera darle, me dolían incluso los nudillos, las manos, las muñecas. El tipo vuelve a caer, y siento ganas de patearle la cara vilmente en el suelo, para dormirlo, no obstante, me controlo y espero que se vuelva a parar, levanta la guardia y le mando un gancho de derecha que lo manda al piso otra vez, pero vuelve y se para, se lanza hacia a mí, mas logro evitar el par de trompadas que quiere darme, aprovecho y le mando otra que lo tira a la arena, y yo, con esperanzas de que no se levantara, pues ya pensaba que lo podría dañar, sin embargo, se paró de la arena y como si nada, se sacudió, caminó con la guardia arriba, hacia donde mi nuevamente, me molestó más que me buscara, por lo que le di el golpe más fuerte que creí darle a alguien, y se lo di en medio de las cejas, sentí que se me había roto la mano, fue horrible, Pablo volvió a caer pero no se iba a dejar matar y nuevamente arriba, con la cara llena de sangre alzó la guardia y con la misma mirada de obstinación, iba hacia delante, donde yo estaba. La cosa, hasta ahora, daba más miedo, me lanzó un golpe, uno solo, que me mandó al piso otra vez, no lo podía creer, me había dado en la mandíbula otra vez, recuerdo que alguien gritaba de manera escandalosa "¡cogeeeee maricaaaaa, cogeeeee!", tardé para pararme, sentía un peso enorme, y mareo, mucho, cuando me levanté, ahí estaba el monstruo aquél con la guardia levantada, esperándome, me acordé de aquello de la voluntad y de que no se iba a dejar matar así porque sí, ésto era en serio. Igual, no podía quedarme así, allí, me sentía cansado, pero le di de todas las formas posibles, sólo recibió y cayó.

La juventud sorprende, pero la experiencia enseña, pensé, porque si había podido tumbarlo varias veces fue también por mi voluntad, porque así lo deseé, así traté, yo mismo me sorprendí, pero la experiencia no se improvisa, ya él sabía de lo que se trataba, sabía cómo bloquear, cómo provocarme, era, seguramente, para él, la pelea de su vida, donde no se iba a dejar quitar nada, quería enseñarme eso, no se iba a dejar quitar la vida, seguramente creería él en medio de su locura. Con el rosto ensegrantado, todo lleno de tierra, arena, con su guayabera manga larga y sus zapatos finos de hace mucho tiempo, tropezaba y se tambaleaba. No se iba a dejar matar.

Su último golpe, o intento, fue un cruzado que lanzó con tanta fuerza e impulso que hizo que se cayera con todo y cuerpo, yo lo esquivé, pero cayó a mis pies, lo vi ahí, tratando de pararse como podía y sentí lástima por mí mismo. Sentí admiración a la vez.

Esos tres o seis minutos que duró los sentí eternos, salí con un lado de la barbilla morado, y un pequeño rasguño en la oreja, que aún no entiendo porqué sangró tanto. Él, no sé, sé que sangró mucho, igual, mis manos quedaron hinchadas, moradas y magulladas. La policía apareció a los eternos segundos que lo vi intentando pararse y nos "separaron", a buena hora, como siempre. La gente igual le gritaba a los agentes "suelta al barbilla de vidrio", refiriéndose a mí, sentí vergüenza, cuando me preguntaron sobre lo que pasó, yo no dije nada en el momento, estaba pendiente del viejo Pablo, que no dejaba que los agentes lo levantaran, y me gritaba "¡cobarde!, ¡tuviste que llamar a la policía, no me pudiste matar, marica, pero no lo trates, porque la próxima te mato, maricón!". Me sorprendían sus ganas, tal vez, tanta ira, tanto resentimiento, tantas ganas, me inspiraba... Cuando al final estaba de pie, los policías lo reconocieron y no le hicieron nada, solo lo metieron en la camioneta y lo llevaron algunas cuadras más adelante, donde lo soltaron, ya que yo tampoco denuncié o algo por el estilo, y bueno, así es aquí.

Días después, sin hablar muchas veces de éste vergonzoso acontecimiento, sino, hasta ahora, lo sabían cuatro personas por mi boca, pero días después, me encontré al viejo Pablo, como si nada, sin cicatrices ni nada, aunque lo vi sin mis lentes y como saben, mi vista es pésima, comencé a dudar de mi fuerza, de si en verdad pegaba suave, hasta llegué a pensar que se trataba además de una fuerza sobrenatural, su misma voluntad, que lo hizo curarse rápido. Me pasó por el lado, con su misma mirada, y creí que haría algo, que se me lanzaría o algo por el estilo, recordando su juramento de venganza, pero no hizo nada, a lo mejor ni me reconoció.

No lo he vuelto a ver en años.

Siempre he creído que salí perdiendo, pero igualmente me siento beneficiado con el ejemplo y la lección que me dio. Hoy día sigo pensando en su voluntad como inspiración: ha podido joderme, en serio.

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