martes, 16 de abril de 2013

Diez


Todas las noches es lo mismo. Temerle a la oscuridad. Espantar a los mismos fantasmas, que cada vez son más, que vienen por mí.

Me pregunto qué pasaba en mi infancia: allí nunca aparecían. Hoy son una apéndice de mi dormir.

No me llevan, sólo me atormentan. Me gustaría que la noche acabara a veces, llegara el fastidioso sol para ir al trabajo, como si nada.

Me pregunto qué hacía aquél niño que se ha transformado en una persona totalmente distinta. A veces me gustaría ir y preguntarle, así fuera en sueños, a aquél ser que ronda vagabundo en medio de recuerdos e imágenes mal enfocadas.

En ocasiones evito dormir en la noche, para vivir en ella, así sólo estoy yo: sin pesadillas.

Me pregunto si ese niño seré yo. Me pregunto si me reconocerá, si se reconocerá. Me pregunto qué pasará por su cabeza a mi edad.

Fracaso.

Debí dejar de soñar hace mucho.

Debí seguir mi camino, mi sendero, sin interrupciones, seguir hasta el fin. Pero existen otros.

Quizá, sólo quizá.

Debería retomar el rumbo.

A lo mejor es todo un espejismo, como las impresiones de los sueños, de los sueños de aquél animal que andaba por un sendero, entre matorrales y charcas. Sin dolor alguno, más que el de las zarzas.

Tal vez se trató de un sueño, del que debo despertar, en el que estoy inserto, una realidad intangible, deseada, mas inalcanzable. Tal vez debo ignorar todo y seguir, viviendo como lo he hecho: sin rumbo, a través de un camino que desaparece, que un niño ideó, mas no siguió, algún día volveré a hablar con él, inmune a todo, valiente, indestructible, esa lo describe mejor. Cuando no lo envidie, como al único ser.

Sólo me gustaría preguntarle qué hacía.

Aunque, supongo que, sólo vivía.

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