domingo, 3 de marzo de 2013

Nunca es tarde (creo)

No sabría cómo explicártelo, pero siempre que hacerlo.

Simplemente pasó hace una década ya.

Trataré con oraciones breves ya que mi redacción es pésima. Tú entenderás. Si regresas a la vida no quiero golpearte así, pero ahora que te vas primero que yo del mundo debo decírtelo como un compromiso que me hice: el de estar a paz con todos.

Ni siquiera éramos amigos, tú lo sabías. Llamarnos así no era más que un hábito donde, como costumbre, pesaba más que tal rótulo.

Éramos vecinos, de hecho, ni siquiera vivíamos cerca. Tú lo sabes. El barrio era lo único que teníamos en común.

Yo sabía que ella estaba contigo.

No te voy a mentir: siempre fue mi intención.

No es descaro, ¿o sí? Realmente, me importa poco ahora, ya pasó; no obstante, siempre actúo con una ética personal moralmente muy cuestionable.

Comenzó hace una década y dejó de pasar hace un poco menos.

Tengo cerca de cinco años que no sé de ella y de ti, salvo que estás muerto en vida dentro de un hospital y sólo te mantiene con vida un cable a 220V.

Puede que sea cinismo venir a escribir esto ahora, pero sé que ya tú lo imaginabas. Siempre quise dejar las cosas en claro. Algo pasó y nunca sucedió.

Me dolió aquella vez que me golpeaste a la cara con la botella y porque estabas borracho lo dejé pasar. Aunque a veces pienso que se trataba del remordimiento que me daría ver sufrir a alguien por mi cuenta. Yo sabía que podía herirte, sin embargo, opté por seguir.

Tuve alternativas, cogí la espinosa.

Cuando ella me contaba las cosas que la hacían sufrir era yo quién sufría. Sólo sentía ganas de joderte a golpes y devolverte algo de ese dolor. Pero el intruso que buscaba sentir el dolor ajeno era yo.

Ni siquiera sé cómo explicarte.

A lo mejor la moral que mantenía de entonces era más elevada.

Ahora sólo soy honesto. Con el paso de los años me he vuelto cruelmente sincero, dirás, pero ambos hablamos sin eufemismos, a ambos nos disgusta hablar de ese modo: titulando a las cosas como no se llaman.

Ahora ni siquiera me importa.

No es piedad, es que no éramos ni somos amigos.

Tú estabas andando con ella, yo llegué interrumpiendo. Tú no la adorabas y yo de cosa no le alzaba altares o estatuas sobre pedestales.

Ése fue mi error al principio: asistir a la fiesta donde no había sido invitado para que tú me trataras bien como un buen anfitrión, a diferencia de ella. Yo de masoquista sólo seguí atrás. Como buen estúpido.

Te preguntarás cómo pasó. Yo sólo responderé con el mayor de los lugares comunes: "las cosas se dieron" lentamente, muy lentamente, diré. Duré más con ella que tú. En verdad la amaba.

Creo que mereces saberlo. ¿Por qué ahora? -dirás. Pero, como te digo, mi moral en aquél entonces era superior, ello cuestionaba tu reacción al saber, como la reacción de la gente con aquello del "qué dirán" al que poco atiendo.

Que ¿por qué ahora que estás en coma? Porque ahora me entero y como te dije, solo trato de escapar de algunos secretos compartidos antes de que gente como tú parta primero que yo.

¿Cobardía? ¿A qué? Hace un mes me enteré que estabas armado como millones de personas en éste país de mierda. No la amabas lo suficiente para matarla, y menos a mí, ni siquiera lo considerarías una traición o burla. ¿A que nos golpearas? Tampoco. ¿A que fuéramos estigmatizados y separados socialmente como parias? Tampoco. ¿A reacciones desconocidas? Tal vez. Recuerda que fue hace diez años y era diez veces más estúpido, aunque decirte ésto ahora no es que sea muy inteligente, es verdad.

Espero que algún día despiertes y te enteres.

Te dije que me dieras las llaves del carro, que no las dejaras adentro. Estabas borracho, te llevé a tu casa, luego a ella.

Te dije que eras la novia de un amigo, que lo acababa de dejar, me dijiste que te gustaba yo.

Nunca entendí.

Me besaste.

Me dijiste que no tenías dominio sobre ti, sobre tus decisiones y eso acabó por terminarnos.

Nunca le fui fiel, era la manera estúpida de hacer lo que ella hacía contigo, de sacármela. Fallé. Siempre la amé.

Nunca te fui fiel, te lo dije, siempre me dolió que no quisieras dejarlo a él por las miles de razones que nunca me diste y siempre alegabas. Siempre te amé.

No supe hablar de la pena ajena que sentía al verla contigo.

Nunca supe hablarte de los celos que sentía cuando te veía con él, nunca supe expresarte el dolor que sentía. Nunca se lo dije a nadie, pero regresaba llorando a la casa. Creo que no era necesario ser herido de otra forma.

Después que acabó contigo finalmente se quedó conmigo. Jamás fue lo mismo. Ya yo estaba deshecho para entonces.

Ron y otras drogas nunca amainaron el dolor que llevaba adentro. Siempre fueron para todos "cosas de la edad". Nadie lo supo. Lo sabes tú ahora, o más bien, lo sabrás si despiertas y alcanzas a leer.

Fueron dos años de un tinte variopinto, barcino como el pelaje del animal con el que soñaba en aquellos tiempos. Entre lo elocuente y digresor (como el modo en que te escribo) discreto y lo expuesto, lo sumiso y dominante, lo hiriente y placentero, no hubo tiempo regular. No sé si te habría pasado lo mismo de haber seguido con ella. Ella se convirtió en la mayor de mis drogas.

No voy a entrar en detalle de lo que fue, de cómo pasó. Sencillamente sucedió.

Quería que te enteraras.

De todos modos, no somos amigos.