Que no se me juzgue, que no se me critique: apenas soy un humano, un animal mentiroso y bípedo que actúa según su instinto cada vez más: sin pensar demasiado. Cada vez más impulsivo y dueño de nada.
No te voy a decir que me haces falta, simplemente se siente, lo siento, en cada atmósfera a la que me adentro. Es simplemente el aura que me rodea, triste, quejumbrosa, penosa y miserable: pequeña en contraste de mi corpulencia.
Trato de hacerme el duro, trato de hacerme el invulnerable no diciéndote ésto y tal vez jamás te enteres. No sé, así eres tú.
Ahora nos separan unas calles, pronto serán algunos mares (como ya ha sido hace apenas meses) y quizá, más tarde, sea el olvido mismo de cómo sería saludar a aquellas personas que conocemos y de las que ni recordarmos su nombre, y quedan, en últimas, en frases como "su cara me parece conocida..."
Lo último sería un imposible para mí.
A duras penas sé escribir con errores, pleonasmos, solipsismos, cacofonías, incoherencias, invalideces y demás ideales gramaticales.
Errores tontos, como el no entenderme contigo como esperaba. Ninguna relación humana es perfecta, algunos amigos me entienden más que tú y les he pedido que te expliquen qué me sucede, qué pasa por mi cabeza.
No es fácil. No es sencillo. Sí muy estúpido. Pero yo soy así. A veces no me gusta ser así, pero es el único método que he encontrado a lo largo de doce años de estar afrontando problemas que no me incumben del todo pero que se convierten en esa piedra que te echan injustamente en el zapato, o esa espina que pisas sin querer y atraviesa todo lo que cubra los huesos de tu pie.
Es mi método de solucionar las cosas. Aislarme y resolverlas. Es lo que me funciona y ya he dicho demasiado.
A veces pienso en cambiar. Créeme. Pero el pensar en cambiar doce años de experiencias con soluciones provechosas o no tanto, hace que falle el intentar. No necesito de tu ayuda. Sé que estás allí para mí, pero no necesito de la ayuda de nadie, aunque suene egoísta, a pesar de que lo sea y mucho.
Tú siempre eres mi perdición. Perderme en tu piel negra es fácil, me cuesta ver la luz y los caminos que llevan a tu felicidad y comprensión. No obstante, y para fortuna mía, existen otros sentidos además de la vista y me guío con ellos.
Tu piel sigue siendo un enigma que mucho tiene por descubrir, lleno de suavidad y cicatrices de historias que no puedo descubrir sino imaginar en viajes a través de ellas. Cada vez que te toco es lo mismo, es inevitable detenerme en un camino infinito que no dejo de recorrer, ya que nunca se acaba, como tu pelo. Y es que se junta con otro universo paralelo: tus labios, donde sueño aún con hacer un rancho en el que siempre esté de vacaciones y nunca tenga que irme de ese infinito placer, de indescriptible místicay dulzura. Son besos de negra dulces y suaves como te lo vivo recordando, podría incluso durar años hablando de ellos.
Tu olor no sale de mi naríz, es más adictivo que toda la coca que pueda inhalar, y más pesado que cualquier metal, ahí se queda y ahí está y no parece irse. Cuando percibo algo que viene de tí llegan enseguida los recuerdos de mi naríz sobre tí y todo lo que va después.
El chocolate que marca el pozo de tus ojos es la puerta falsa a tu alma o a la obsesión que ella conlleva como un abismo al que se entra fácilmente y nunca se sale si sonríes pícaramente como siempre, sellando el pacto, complaciente. Es un trueque. Se cae fácil. Es un pozo sin brocal. Mi obsesión: conocer tu alma.
Gustas como Eva, gustas como una reina de quién sabe dónde en África, de dónde provinieron tus ancestros, como alguna vez los míos por alguna parte de mi familia. Gustas como Eva en el Edén, aquella que tienta al hombre con el fruto prohibido, más por la curiosidad de entenderte y desobedecer que por el sabor de lo que proponia aquella.
Las razones por las cuales me he enrredado en un nudo de ideas contigo son muchas y ninguna. Así soy yo, y no espero que me entiendas ya, ni siquiera evitar que te resientas conmigo es un imposible.
Recordar todas las cosas que me inspiras ahora sería una contradicción: entre lo bueno, lo feliz y por último, lo triste e inútil de todo lo que haga o diga en estos momentos para mí, como para tí.
Ni siquiera esto tiene sentido. Tampoco espero que lo tenga. Es inherente a mí.
Solo está escrito para tí.
jueves, 11 de octubre de 2012
jueves, 29 de marzo de 2012
Me acuerdo de Juana
Juana. Fue el primero que se me ocurrió, frente a Petrona, Candelaria, Casimira y otros aparentemente en desuso, puesto que los de moda, por estos días son Isabela, Valentina y no recuerdo qué otros cuya terminación es "i" o "is" (tales como Meidys, Madis, Leidis, Yurani, etc.).
Juana fue simplemente el nombre que decidí utilizar aunque no fuera el suyo real. Dicho sea de paso, no recuerdo su nombre verdadero.
Nos conocimos en el 2005 y no nos hemos vuelto a ver desde el mismo año.
Hoy, aún, a la fecha: 29 de marzo de 2012 la busco y escudriño con mi vista de rinoceronte por si está entre la masa; siempre en vano.
Intento encontrar la figura sin garbo, flaca, alta, peliroja, pecosa, trigueña, ojos castaños, risa estridente y sonrisa tímida que la conforman. Siempre en vano.
Así como llegó, así se fue. A veces creo que fue un truco de mi imaginación, que fue un recuerdo sugestionado por mí mismo de una fantasía que tuve, que nunca existió ese ser corpóreo más allá de mi mente. Pero, de ser así, no tuviera lo único que me ha dejado para recordarla más allá de lo que me acuerde: una manilla.
Porque recuerdos siempre hay, y muchos, generalmente acompañados de nostalgia y emoción, siempre intensos. Es el recuerdo de una relación que estalló como cualquier materia combustible hasta consumirse cual fulminante que encandila más por su luminosidad que por su calor.
Y, es que todo con ella fue así: rápido, fugaz, afanoso.
Así nos conocimos, le puse Juana porque ya la había visto por la Universidad de Bellas Artes con una tabla de dibujo y tenía que identificarla de alguna manera. Solo pasaba por esa calle para verla y si al fin, me atrevía a hablarle. Todos los días era la misma rutina. De ese modo, un mes. No había conocido tal timidez hasta entonces. Hasta que un viernes, nos cruzamos y en una de esas miradas de perra rabiosa e inquieta, penetrante me dijo: ¡cuidao que pisas la mierda de caballo que tienes al frente! Sonreí como imbécil y sin decir una palabra ya la había pisado, por lo que tuve que sentarme y buscar conversación con la Juana. Nos presentamos y al rato ya estábamos hablando compulsivamente hasta de las tonalidades de la mierda y las pendejadas que pintaba, incluyendo mis comentarios más idiotas. Eso fue como encontrar un amigo que no veías hace mucho con el que compartías o tenías muchas cosas en común. Política, Dios, sociedad, música, filosofía, el mundo, tonterías al fin y al cabo. Arreglábamos, armámabamos y desarmábamos el mundo con cada palabra, matábamos gente, resucitábamos otra. Pocas veces he perdido la voz de tanto hablar en un mismo día.
Al día siguiente, y al siguiente, y después de ese, y el que viene, y con el que pasó, luego el que le continuaba; y así, pasaban los días y semanas, hablando y hablando, jamás nos despegábamos de algo que nació a partir de quién sabe qué, además de una pisada de mierda de caballo cochero. Simplemente estimulante como cualquier droga. Así era.
Nunca conocí su casa, su mal genio, su silencio, su orden, sus ideas coherentes, su cansancio, su quietud, su nombre. Nada de eso. Todo fue como un relámpago de rareza en medio del clima decembrino, donde nunca llueve por estas latitudes a menos que algún tipo de fenómeno (como ella) se atreva a perturbar-nos.
Nunca supe nada de ella, a decir verdad, jamás me atreví a decir que la conocí aunque siempre quise hacerlo.
Nunca supe para donde cogió.
Simplemente no la vi más y siempre me pregunté qué pasó además de la intensidad de nuestros encuentros.
A lo mejor fue eso: tan intenso que era una bomba de tiempo: la extinguió mi universo conocido y el de todos mis conocidos. Tal vez estaba aquella relación a ahogarse en la inmensidad del espacio. Ella: estudiante de artes plásticas, amante de vivir del instante, y yo, espectador aprendiz y curioso como rata hambrienta (voyeurista).
Juana fue simplemente el nombre que decidí utilizar aunque no fuera el suyo real. Dicho sea de paso, no recuerdo su nombre verdadero.
Nos conocimos en el 2005 y no nos hemos vuelto a ver desde el mismo año.
Hoy, aún, a la fecha: 29 de marzo de 2012 la busco y escudriño con mi vista de rinoceronte por si está entre la masa; siempre en vano.
Intento encontrar la figura sin garbo, flaca, alta, peliroja, pecosa, trigueña, ojos castaños, risa estridente y sonrisa tímida que la conforman. Siempre en vano.
Así como llegó, así se fue. A veces creo que fue un truco de mi imaginación, que fue un recuerdo sugestionado por mí mismo de una fantasía que tuve, que nunca existió ese ser corpóreo más allá de mi mente. Pero, de ser así, no tuviera lo único que me ha dejado para recordarla más allá de lo que me acuerde: una manilla.
Porque recuerdos siempre hay, y muchos, generalmente acompañados de nostalgia y emoción, siempre intensos. Es el recuerdo de una relación que estalló como cualquier materia combustible hasta consumirse cual fulminante que encandila más por su luminosidad que por su calor.
Y, es que todo con ella fue así: rápido, fugaz, afanoso.
Así nos conocimos, le puse Juana porque ya la había visto por la Universidad de Bellas Artes con una tabla de dibujo y tenía que identificarla de alguna manera. Solo pasaba por esa calle para verla y si al fin, me atrevía a hablarle. Todos los días era la misma rutina. De ese modo, un mes. No había conocido tal timidez hasta entonces. Hasta que un viernes, nos cruzamos y en una de esas miradas de perra rabiosa e inquieta, penetrante me dijo: ¡cuidao que pisas la mierda de caballo que tienes al frente! Sonreí como imbécil y sin decir una palabra ya la había pisado, por lo que tuve que sentarme y buscar conversación con la Juana. Nos presentamos y al rato ya estábamos hablando compulsivamente hasta de las tonalidades de la mierda y las pendejadas que pintaba, incluyendo mis comentarios más idiotas. Eso fue como encontrar un amigo que no veías hace mucho con el que compartías o tenías muchas cosas en común. Política, Dios, sociedad, música, filosofía, el mundo, tonterías al fin y al cabo. Arreglábamos, armámabamos y desarmábamos el mundo con cada palabra, matábamos gente, resucitábamos otra. Pocas veces he perdido la voz de tanto hablar en un mismo día.
Al día siguiente, y al siguiente, y después de ese, y el que viene, y con el que pasó, luego el que le continuaba; y así, pasaban los días y semanas, hablando y hablando, jamás nos despegábamos de algo que nació a partir de quién sabe qué, además de una pisada de mierda de caballo cochero. Simplemente estimulante como cualquier droga. Así era.
Nunca conocí su casa, su mal genio, su silencio, su orden, sus ideas coherentes, su cansancio, su quietud, su nombre. Nada de eso. Todo fue como un relámpago de rareza en medio del clima decembrino, donde nunca llueve por estas latitudes a menos que algún tipo de fenómeno (como ella) se atreva a perturbar-nos.
Nunca supe nada de ella, a decir verdad, jamás me atreví a decir que la conocí aunque siempre quise hacerlo.
Nunca supe para donde cogió.
Simplemente no la vi más y siempre me pregunté qué pasó además de la intensidad de nuestros encuentros.
A lo mejor fue eso: tan intenso que era una bomba de tiempo: la extinguió mi universo conocido y el de todos mis conocidos. Tal vez estaba aquella relación a ahogarse en la inmensidad del espacio. Ella: estudiante de artes plásticas, amante de vivir del instante, y yo, espectador aprendiz y curioso como rata hambrienta (voyeurista).
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ANECDOTAS DE DIAS CUALQUIERAS
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