EN LA NATURALEZA
Como si hubiera descubierto el agua tibia, hace años me di cuenta que el engaño resulta en últimas una de las más grandes garantías para la supervivencia de todas las especies. Cuando digo todas, es, TODAS. Es decir, las más de dos millones de especies pertenecientes al reino animal, las cientos de miles del reino vegetal, y las de las demás reinos. Sólo observen bien (es más sencillo con éste reino) a los animales que tienen alrededor: perros, gatos, pájaros, peces, culebras, insectos (?). El éxito de sus tácticas instintivas se basa precisamente en el engaño; aunque bien, podríamos hablar igualmente de adaptaciones evolutivas al medio, pero, ¿acaso sobrevivir, sobreponerse y mantenerse con el engaño no constituye una manera de adaptarse? Sí, pero existen de la misma manera diversas formas de adaptarse a un entorno, ya sea modificando su morfología, fisiología, y demás, a lo largo de miles de años que consignan dicha adecuación en sus genes. El engaño, la mentira, los trucos, las manipulaciones, las simulaciones y apariencias, simplemente hacen parte de las adaptaciones. Hasta ahora no pienso en categorizaciones o jerarquías, sólo en una reflexión ligera sobre una observación constante pensada hace ya varios años.
Siguiendo con la mirada hacia las especies que mayormente nos circundan, es evidente su actitud predominantemente manipuladora. Sólo miren a los perros hogareños: sus caras, sus gemidos, sus juegos: de alguna manera saben que pueden conmover nuestras emociones. Ni hablar de los gatos, que practicamente se tornan de repente en nuestros más cariñosos amigos a cambio de una poca cantidad de atención y mucha comida; de hecho, ellos son los que deciden quedarse con nosotros. Es una alianza extraña, pero bueno, no es aquí el caso sobre el que deba llamar mucho la atención, aunque sería interesante, sobre la relación entre nosotros y los otros animales.
El engaño hace a las especies triunfadoras sobre otras o ellas mismas, y el mundo natural está lleno de ejemplos porque en eso se basa. La culebra verde que se confunde entre las ramas de las enredaderas para tomar a sus presas por sorpresa, las aves marinas de plumaje blanco que se confunden con las nubes para no ser detectadas tan fácilmente desde el agua, la zarigüeya que se hace la muerta, incluso emitiendo olores y tensionando su cuerpo para no ser molestada (desagradablemente tuve que vivir esa experiencia), el gato que se esconde y camina sigiloso para no ser descubierto, el palomo que se infla y eriza sus plumas para parecer más grande, el pavo real que intenta conquistar a la hembra hipnotizándola con el sacudir de su plumaje, el venenoso pez piedra (¿en realidad se debe sugerir una explicación del porqué de su actitud y forma? Basta con el nombre), la rata que sabe que actuando de noche tendrá mayores posibilidades de lograr sus cometidos por una gran ausencia de la actividad humana, el loro que emula sonidos para obtener alimento, la planta que se vale de moscas y otras especies para alimentarse de otras de mayor tamaño, flores que llaman la atención sobre abejas fertillizadoras y productoras de miel, hongos que imitan plantas, etc. La lista puede seguir tanto como deseemos.
EN LOS HUMANOS
Siempre nos hemos creído la idea que somos algo aparte dentro del mundo, incluso al referinos a nuestra univocidad reclamando un lugar por encima a cualquier ente que se mueva, al punto de hablar de una originalidad individual por cada uno de nuestra especie, y darnos el derecho de hacer con los demás seres vivos lo que se nos venga en gana porque somos humanos. Por ese simple hecho. Hacemos lo que hacemos. Por ser humanos.
Por ser humanos, no estamos exentos de emplear esta peculiar y significativa táctica, y la hemos denominado de muchas maneras, incluso, al punto de vincularla con lo ruín y perverso, pero bueno, eso es otra cosa, otras categorías asociadas a los valores que les demos a ellas, de las que me encargaré en otro escrito; por el momento, reconocemos a la mentira, tanto, que hemos escrito e incluso construído a partir, sobre y, hasta pronosticando su futura presencia, de ella. Ejemplos, tenemos diversos, pero evocar algunas concepciones, tenemos un mítico tratado, como lo es El Arte de la Guerra de Sun Tzu, personaje del que conocemos poco, pero de lo que se dice mucho, quien en uno de sus apartados sentencia: "el arte de la guerra se basa en el arte del engaño (...)".
En un mundo donde nos devoramos los unos a los otros, donde intentamos satisfacer nuestro insaciable ego, la mentira y sus artilugios son señuelos con doble fin: con el fin de capturar y no ser caputarado: se trata de mantenernos con vida y sálvese quien pueda! Y sí, suena muy paranoico, salvaje y todo lo fágico que quieran, pero solo pensémoslo por un momento: en todo lo que las mentiras nos han salvado, hasta donde nos han llevado y en todo lo que hemos caído. No es una apología (eso, repito, lo haré después), es una simple reflexión. Si no quieres pensar en toda la humanidad como conjunto que actúa, piensa en tí mismo, como ser. Ni siquiera piensen en las convulsivas pulsiones de amor y odio, o Eros y Tánatos freudianas, o la mónada síquica y su imperiosa voluntad de imponerse o asociarse con sus similares en tanto raíz (ces) del odio de Castoriadis; no, nada de eso: sólo piensen en el arte.
No espero nada, ni siquiera comentarios. Tampoco los exhorto a no hacerlos. No estoy siendo pesimista, es solo algo de lo que quería escribir hace rato. Sabemos que si en realidad nos quisiéramos acabar como género ya lo habríamos hecho.
domingo, 13 de junio de 2010
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