Hubo un momento de mi vida en el que sentía cierta angustia por mi destino. El descubrimiento del señor Cangrejo inspiraba visiones de mi futuro. Nada alentador en esos días cercanos a la graduación y finalización de una extraña etapa de la vida que poco entendí y poco me agradó, sin decir el odio hacia la falta de libertades y expresiones, existentes en la mayoría de hijueputas colegios. Siempre deseando salir, para ahora extrañarlo de momentos, pero claro, muy nostálgicos, porque apenas que recuerdo los horarios, el régimen conservador y republicano rancio que parecía o parece no haberse superado 200 años después, no puedo dejar de darle gracias al tiempo por haber transcurrido y ser el que es en esta medida: marzo del 2007.
He vacilao en escribir sobre este personaje porque cada vez que pienso en él, algo nuevo se me ocurre y algo nuevo, que es viejo, me recuerda. La forma como pensé que iniciaría y finalizaría este escrito difiere mucho de la que tengo ahora en mente, a pesar que no me acuerde de los dos anteriores minutos que dediqué -casualmente-, en dos oportunidades a distraer los dedos escribiendo sobre este crustáceo. Generalmente no pienso en principios ni fines, mucho menos estructura alguna, pero con esta jaiba ha pasado algo completamente distinto, más afuera que fuera, de lo normal, y por los cambios en la marea, he llegado hasta por acá, a contar del señor Andrés.
Bien, ha pasado cerca de un mes desde que redacté las últimas palabras en este artículo. Cerca de dos meses desde la última publicación, y ahora que reviso, encuentro una coma al lado de la palabra Andrés, en el párrafo de arriba, indicando que esta mierda sigue inconclusa, que iba a decir algo que ya no me acuerdo.
Por estos días he estado pensando muchas idioteces propias de los humanos que se encuentran en aquél punto incierto que varía entre aislamiento y soledad a pesar la compañía, el regocijo y blablablabla. Inconclusa a pesar de eso y analizar más a fondo sobre lo que sabemos de este personaje, puede alterar un poco más las errantes direcciones de algunos de mis pensamientos.
Si mal no recuerdo, la última vez que dejé traté de erinquecer o empobrecer este escrito, fue interrumpida por una llamada telefónica:
-Buenas tardes, habla Marta Carrasquilla (creo que se llama así, todas y todos los operadores telefónicos tienen nombres parecidos, sino son, los mismos nombres). Llamamamos del Banco Caja Social, preguntando por...
-Sí, sí. Pero él con mi prima ya no vive aquí hace tres años, y desde hace tres años, están ustedes llamando casi diariamente a preguntarme lo mismo, que si se los puedo comunicar, y pidiéndome su teléfono todos los días.
-Disculpe señor, ¿pero usted no sabe su número teléfonico, o algún lugar donde podamos contactarlo?
-Claro. Alguien puede dártelo.
-Ah, qué bien. Dígame por favor, si no es mucha molestia.
-Tu maldita madre. Ella es la que va a darte el número de él, o la maldita madre de la hijueputa persona que los pone a ustedes a estar llamando acá. Siempre nterrumpiéndolo a uno con la misma llamada de mierda, ya estoy aburrido de esa mondá, y si vuelven a llamar, vuelvo y les digo la misma mondá, nomejoda, pa' que vayan a joder a su hijueputa gente, partida de charrúas.
Después de eso las llamadas no han cesado, tampoco aumentado, pero ya va un mes respondiendo con el mismo sermón de la llamada y no parece tener efecto, seguramente tendrán a un ejército infinito de operadores acostumbrados a estas respuestas, por lo tanto, invencibles, y dentro de su cotidianidad, comentar tonterías de este tipo, no hace parte de una conversación amena, y, siendo un ejército infinito, cada día llamará uno diferente que para mí será el mismo, y en fin, fastidia. Hay que encontrar una solución a este acoso.
Como iba diciendo, no sé por qué me extendí recordando algo tan inocuo, pero total fue que cuando regresé al cuarto, me reí de eso y de estar escribiendo sobre el Señor Cangrejo y recordar sus vainas.
Es que, todo empezó un día cuando este misterioso ser llegó al salón arrastrando un esperpento que era mitad escaparate, mitad estante, pero que tenía apariencia de mesa. Esta llevaba un televisor de unas veinticuatro o veintiún pulgadas, un reproductor de DVD/VCD, un VHS, una mutación entre grabadora y minicomponente enrazado con consola de picó y otra serie de chécheres que formaban una especie de nido de paloma ahí por la cablamenta y otras vainas que se asemejaban a virutas.
-¿Quién es ese?
Pregunté yo no me acuerdo a quíen, pero me respondió:
-Es el señor Andrés, encargado de audiovisuales entre otras labores.
-Se parece como a un cangrejo.
Dije yo.
-Aquí le decíamos Don Cangrejo.
Preciso. No sé qué era lo que hacía recordarle a todos un parecido, un aire, con los cangrejos, jaibas, y otros crustáceos con que lo comparaban. Sólo los biólogos sabrán el porqué, pero no yo.
A él lo había visto por ahí deambulando en el colegio, en ocasiones lo veía leyendo el períodico y le pedía la hoja de los crucigramas, quien me la daba sin importancia alguna. Si tenía suerte, la posesión de la hoja de los crucigramas quedaba para mí egoísta y victoriosamente; si tenía suerte, repito, porque a veces si el acto imperado por el señor Cangrejo era percatado por las secretarias del plantel, era de forma inmediata prevenido:
-No vayas a hacer el crucigrama del periódico porque al rector le molesta.
-Pero si yo nunca lo lleno
-No importa, no lo rayes.
Siempre me hacía el marica, el que no sabía, pero eso era cuento viejo, ya que en algunas oportunidades que fui citado con el rector, y tenía el períodico en sus manos, le escuché decir algo como: "voy a tener que esconder el periódico desde temprano, yo no sé quién es el que se pone a estar rayando los crucigramas y le quitan la gracia". Afortunadamente contaba con la alcahuetería de las secretarias, quienes siempre andaban de buen genio, como yo. Y claro, del señor Andrés, a quién nunca parecía importarle realmente nada.
Así era mi relación con el Cangrejo, cosas simples y sin importancia que aquí he tratado de extender a través de lo que las palabras permiten: cinco minutos, intercambio de miradas y palabras rutinarias: eso era todo.
Para el día que el señor Andrés regresó al salón con los motetes "audivisuales" (debido a que el supuesto salón para dichas actividades estaba en remodelación, así fueran dos años para eso), había regresado del otro salón que cursaba el mismo ciclo, trayendo consigo implícitamente el rumor que se convirtió en leyenda sobre ciertas proyecciones pornográficas. Implícitamente porque no lo dijo él -nunca hablaba-, pero en el trayecto, los pelaos llegaron con noticias de que el señor Andrés los había dejado ver una película porno en lugar de una sobre los mensajes subliminales que tocaba ver, luego, que la película era de Andrés y estaba por equivocación en el VHS y el documental estaba en formato DVD. En realidad, no recuerdo, pero captó mi atención. Había algo entonces en el personaje menos conocido y menos popular, quién sabe si menos querido como sisquiera odiado, del colegio. ¡Mierda!, ¡este hijueputa crustáceo tiene su historia y quiero saber qué es lo que es! Casi en la mitad del año, me enteré del nombre y el apodo de este personaje que siempre me abría la puerta en la mañana al entrar al colegio, me pasaba los crucigramas, y me faltoneaba a veces sí, a veces no, al llegar tarde.
Siendo costeño, es difícil vivir sin sobrenombres o de llamar las cosas por su nombre (si se conocen), o en su defecto, inventárselo. Hay pocos a los que no les agrada mucho esta práctica mamagallística, y por ser así, son a los que más joden; en Barranquilla les dicen cachacos, o comparan con estos, pero bueno, a veces somos amonestados por nuestra misma gente o familiares. Yo como no iba a ser la excepción, tiré el lance como a cogé jaiba' en el mangle diciéndole al Cangrejo, Cangrejo, para preguntarle sobre el mito de las porno. El se emputó, y me dijo: respeta, pero yo no le paré bolas y actuando como si no me hubiera dicho nada, como si no hubiera pasado nada, como si lo hubiera llamado por su verdadero y adecuado nombre, como si fuéramos amigos de toda la vida, sentencié a mi espina faríngea:
-¿Eche Cangrejo y qué? ¿Vas a azararte ahora? Echame el cuento bien de la película.
Cangrejo dijo serio, con una respuesta que afirmaría que se vengaría:
-Parece que habia material de ese tipo ahí y los muchachos vieron.
En esa combinación de tono y actitud, indescifrable e innombrable para mí, tragué saliva, me quedé callado, no le dije más nada y no pensé otra palabra más que: prepárate.
El Cangrejo es faltón.
Así fue. Las siguientes semanas el Cangrejo no me dejaba entrar si había llegado cinco o diez minutos tardes como de costumbre, ya no me pasaba el crucigrama en los recreos, y su sonrisa era de esas irónicas. El payaso era yo. No hay nada más sabroso que reírse de uno mismo y de esa actitud que a veces tomamos de dárnolas de perfectos, sobre todo el mismo deseo de realizar perfecciones, incluyéndonos a nosotros mismos.
Una vez, no quería entrar a clases, y me quedé en el patio comiendo mango del palo que estaba al lado de unas gradas. El Cangrejo me pilló:
-¿Ajá y tú qué haces aquí? Bájate de ahí y entra a clases. Vete para el salón, que ya se acabó el recreo y me va a tocar decirle a la seño' Isabel (el legendario y mítico Ñame).
A un congreso de vendedores que fui hace miles de años, el conferencista repetía cientos de veces la oración"el buen trato y la atención es lo que vende". Y es cierto. En esa resumida frase hay cientos de hojas que tratan sobre el consumo y los factores que lo favorecen. Quién sabe por qué pensaría que eso me salvaría de las muelas crustáceas de Andrés, pero de que se consiguen cosas siendo amable y todo eso basado en eufemismos e hipocrecías, se consiguen:
-Andrés, mi vale, cógela suave, tú también fuiste pelao igual que yo (véase apelación a la piedad y la emotividad en los discursos falaces, Irving Copi). Ahora viene matemáticas y a mí no me gusta esa vaina ¿eche, no habían clases acaso que no te gustaran? Además, tengo hambre y no tengo plata, vi unos mangos acá que se van a dañar si nadie los coge. Eche, ven y cómete unos.
No había dejado de ser yo mismo, pero al menos traté de no mamarle gallo.
-No, esos son del Ñato. Ven, bájate de ahí y ándate para el salón.
Y claro, dejar de mamar gallo es una tarea difícil, cuando no, imposible:
-¿Eche Cangrejo y qué vale? Súbete un rato y cógela suave, pareces un viejo.
Y trae también sus consecuencias, obviamente:
-No. Bájate ya. Voy a llamar a la seño Isabel.
-Ya, ya, ya, ya, ya, siempre tienes que ponerte pesado, velo ve, ni por ser vale.
-Nada de eso, quiero mi trabajo.
Me decía eso mientras yo me bajaba de las gradas en ese condenao patio solo y él avanzaba, a poner las quejas viendo que no caía en razón. En el camino, entré al baño (el de las suculentas y otras anécdotas), y encontré a Rafa, el electricista, que estaba en el taller "marañeando" entre un poco de artifactos a mi entender, ininteligibles, secretos, embrujados, mágicos y dotados de poderes místicos a la vez de maldiciones y hechizos. Rafa era tronco de bien, y siempre me contaba sobre su vida y todo aquello que existía antes que yo: vida mejor, poca gente, más unión, más fiestas, etc. Me preguntó que qué diablos hacía ahí además de mear, y que porqué Andrés venía conmigo en una parte del camino. Yo le conté tan rápido como las narraciones orales permiten, sobre las conversaciones entre él y yo, al mismo tiempo que me parecía un misterio su vida. Rafa se echó a reír y me dijo:
-Andrés tiene más o menos la misma edad que yo: cuarenta y puya de años. Yo ya soy abuelo, tengo una casa, he viajado por el Caribe, rebuscándome, gozando y demás. Soy lo que soy porque he querido serlo así. A Andrés no le importa nada de eso, pasa haciéndose la paja en la casa de su hermana -porque él vive con una hermana-, manteniendo a veces a la hermana o al cuñado, de acuerdo a quién se quede desempleado, no tiene amigos, ni esposa, ni hijos, menos hijos, ni nada, esa es la vida que le gusta vivir a él. No le da verdadera importancia a nada, todo le da igual, esa es la vida que le gusta vivir a él.
-¿Y la plata que le pagan aquí? ¿Qué hace con ella? ¿Se la pasa por la espalda qué?
-No, nada, tú sabes que él no puede vivir sabroso mantenido donde la hermana, él me imagino que dará su aporte ahí y cogerá una parte para él, su ropa, películas de culeo y cosas así.
Pasó cierto tiempo después de que Rafaél me hubiera dicho estas cosas de Andrés para yo confirmarlas con el mismo Cangrejo. Por habernos reído buena parte de los pares de minutos que Rafa y yo hablamos aquella cuestión, no le presté la menor imporancia, hasta un día que, en el mismo orinal, Rafa empezó a vacilar a Andrés mientras yo me lavaba las manos:
-Nojoda Andrés, no perdonas ni los baños del colegio oye. Oye, eso es de los pelaos, ¿qué vas a ponerte a estar haciendo la paja aquí ah?
Andrés con una risa tímida, que recuerdan las mías, de esas que no niegan ni aprueban, no respondió nada mientras Rafa salía del baño que tenía allí mismo el taller donde laboraba. Me acordé de aquella vez que Rafa me comentó de la vida de Andrés y que, no obstante haberle prestado el más mínimo interés, el asunto me había quedado sonando (...)
-Andrés, ¿tú no tienes esposa, novia, ni nada, no vives con nadie? -Pregunté yo con el ligero presentimiento que te indica que estás a punto de saber algo que rondará tu mente de momentos.
-No, yo vivo con una hermana; ella vive con su marido y sus hijos ahí también. Eso de esposa y casarse ¿pa' qué? Si estoy arrecho un día, un pajazo y fuera. Me quedo viendo televisión todo el día en la casa, quieto, ahí se pasa por ahí. Mujeres, hijos, lo que trae es problema. Claro, que yo respeto, que ajá, quieran casarse y todo lo demás. No bebo, ni nada, no me gusta el ron ni la cerveza, nada de eso, fiestas, sancochos, asados, cosas así, a veces.
Al principio me fue un poco difícil descifrar si me estaba mamando gallo, o sea, se burlaba de mí como gran parte del tiempo lo había estado haciendo hasta ese día, o si era verdad, pero diciéndolo con esa frescura característica de las personas conformes, conformes con lo que les toca a pesar que no sea lo que deseen, o conformes con lo que son, porque así lo han deseado; quizá una forma de mantener su aislamiento y la gente alejada. A veces me pregunto todavía cuando lo pienso bien, pero era alguien extremadamente lacónico, que cuando simplemente quería complementar tu comentario respondía con la cabeza.Su lenguaje era como el del pibe Valderrama, tan breve y necesario, siempre me lo recordaba. Nunca sabremos a ciencia cierta qué será, y si entonces su puesto, de tan poca visibilidad, era entonces perfecto para sí. Lo que sí es cierto es que todo lo que me contó es verdad, porque lo confirmé con otras personas que trabajaban ahí y vivían por su casa: es verdad que pasaba haciéndose la paja, que vivía con una hermana, y el resto que él mismo me contó.
Es de esas vidas indescriptibles en mi vocabulario tan estrecho como mis conocimientos y saberes, pero es de esas que te dejan un extraño sabor en la boca mientras tratas de rumiarlas. como aquella que llevaba un tipo asesinado antes de ayer, hoy viernes trece, miércoles once de abril; un completo desconocido es baleado cuatro veces en la espalda en una tienda, y al parecer, lo mataron por error, no importa, el que hay que matar es a otro, no importa que haya muerto él, no murió al que buscaban, no volverá a suceder, y sin cargo alguno, porque dentro del contrato verbal entre tú y un sicario, esclarecen que si muere otro por error, no importa, una claúsula tácita del acuerdo incluye el asesinato del sujeto específico que no deseas en el mundo, así como estás, así que, no importa cuantos mueran, pero de que se acaba con el que es, se acaba. Un gaje del oficio al parecer acabó la vida de este muchacho, que apareció en una columna de un periódico cartagenero, al parecer su vida era de tan poca importancia, que no sale en primera plana ni ocupa más de la mitad del periódico y casi todas las noticias que este contiene, como cuando ocurre la muerte de un Papa, que son varios días, y hasta años hablando del suceso. Me recuerda algunos cuentos de Kafka. Ni yo me acuerdo de su nombre, porque hasta yo me estoy acostumbrando, como la misma Cartagena, a que la violencia se vuelva una cotidianidad en la ciudad, a lo mejor es porque hago parte así sea en la millónesima parte de la ciudad, y, porque tal vez esta persona no era "importante". Su vida, según el periódico, era "viviendo con sus padres, a veces vendía pescado en Bazurto, también cotero en el mismo lugar o mototaxista en ocasiones. Su pasión eran las máquinas traga monedas, comunmente conocidas como 'maquinitas', donde encontró la muerte". Algo así dice, pero preguntándole a sus padres por el acontecimiento, responden con la mayor naturalidad del caso: "él no tenía prolemas con nadie, pero su amigo José sí. Y ajá, lo mataron porque estaba de espaldas en la tienda". Que maten gente por ahí por equivocación es normal. Su vida era como la de Andrés, no sé exactamente en qué, a lo mejor sea el sueño de un día sin cerrar los ojos, no sé, que no me permite decir algo en concreto, pero algo hay.
Siempre hay excepciones y variantes, nunca hay un solo método y una sola manera. El señor Andrés me lo recordó y fue más evidente de lo que mi mamá había sido viviendo ella sola con la lejanía de su hijo más niño: mi hermano. Recorriendo el departamento, conociendo gentes y lugares, trayéndome historias fantásticas que me afianzaban las formas de vidas tan distintas como cada persona. La vieja mía se salía un poco de la tracionalidad, pero no anda del todo por la trocha, porque seguía siendo ambiciosa y otra serie de cosas. El señor cangrejo se salía de toda convencionalidad existente, de llegar a cierta edad, casarte con una esposa, tener hijos, vivir con tu familia, ser exitoso, -monetariamente hablando-, ser fiestero y amiguero, todas esas cuestiones que la sociedad te exige o te muestra como ideal: lo que tienes que ser y no lo que quieras ser. Para la época, el señor Cangrejo hizo preocuparme por aquello que debía cumplir y aquello que se desea ser, pero es porque entre el Cangrejo y yo no había mucha diferencia, lo único que nos diferenciaba fundamentalmente, o lo más notable, era la edad y el hecho de que él viviera con una hermana y estuviera empleado, es más, yo me veía como su sucesor en unos años, y me asustaba un poco el hecho de terminar así, con un estilo de vida, no diría que poco aceptado, sino más bien menospreciado, ¿por qué? Porque no es lo ideal. Hoy en día no tengo un estilo de vida ideal, que es lo mejor de todo y me alegra mucho saberlo, la ausencia de un "proyecto de vida", en el que planeas tu vida, cómo la vivirás, cómo la pasarás y hasta cómo morirás. Lo que sé es que tengo muchos proyectos mente para realizar, buscando siempre experimentar, en un camino de innumerables posibilidades, en donde lo importante parece ser hasta hora, mantenerte vivo y buscar los medios para tus proyectos. Es saber qué es lo que quieres, pienso, pero la sola idea de levantarte sin saber qué pueda suceder en ese dia, pero sin tanta inconsistencia, es tentativa y emocionante, por lo menos es lo único que me mantiene vivo.
Coño, ya estoy hablando es locuras, no sé ni qué es lo que he escrito ya, cule sueño, pero ya al menos al fin salí de este artículo pertubador. Aún perturba porque, sí, no es fácil concebir una vida "normal", a la que generalmente es menospreciada, y sea un poco desalentadora, dentro de los términos sociales, porque es tu futuro en potencia, y a pesar que trates de considerarla una vida normal y choque con el imaginario de una vida ideal, no es lo que quieres vivir, pero, por afinidad, parece que fuera así.
viernes, 13 de abril de 2007
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