sábado, 18 de abril de 2009

¿Nos pillaron?

A decir verdad, contaré de la manera más breve lo que pasó, lo que yo viví para los días en que clausaron el salón de arte en 11°. Cada vez que nos reunimos algunos de los que nos graduamos y los que no, me preguntan principalmente dos cosas: quién fue el creador de la Gran Fortaleza de Mierda, el artífice de tal castillo; y cómo fue el día que nos volvimos invisibles por el salón de artes plásticas. Para lo primero, sólo deben darle clic a este vínculo: http://hundelatecla.blogspot.com/2007/01/el-misterio-de-las-suculentas-plastas.html algunos han quedado satisfechos con el recuento, otros no, mientras que otros se enteraron de la existencia de fuertes y murallas de mierda. Ahora, para lo segundo, es lo que narraré a partir de mi experiencia. He de decir que surgen otras preguntas además de ésta de la que me encargaré ahora, como los vínculos de placer entre el Ñato y el Nelly, el pacto del Ñato y el Pombo, el origen de la especie Xantosomas o Ñame espino, y la traición del Sr. Cangrejo hacia mí. En fin, pero la de la magia es la que me parece más agradable ahora, además, que se me estaba olvidando ese día tan fugaz.

Eran días de invierno, calientes y húmedos como a lo mejor sería el infierno, sea como fuera, no estábamos muy lejos, es decir, estábamos en Cartagena. Así como el clima mermaba hasta el desplazamiento de los pocos tiburones que viven en el fondo de la bahía, hacía hervir el caldo hormonal de cualquiera entre los 13 y 18 años: un afrodisíaco que retrasa cualquier comprensión de la lógica del mundo, lo único que hay que entender es que tienes la mente nublada y debes quitarte de encima esa molestia que se junta con el bochorno del clima, te está sancochando poco a poco.

Al ser un estudiante nuevo, y en último año, no eran muchos los conocidos que me pudieran explicar el funcionamiento de ciertas cosas, en otras palabras, el maní del asunto. Apenas comenzaba a hacer alianzas con el Ñato, el Rafa, el Corrupto y otros, menos el Oscar, quien era el encargado de hacer el aseo de otros sectores del colegio distintos a los de bachillerato; además, no es que me cayera muy bien que digamos, también en ocasiones anteriores me había sapeado volando clases, o simplemente no lo estaba haciendo, pero para evitar sospechas, se lo decía a cualquier coordinador, como el Ñame, y... no sé, algún profesor que estuviera por ahí, como... el Ñame. No joda, la verdad es que ella siempre andaba todos lados, no sé de dónde salía y de dónde la traía Oscar, pero siempre aparecía, de entre las matas, de detrás de las puertas, de los baños; esa cuasi-omnipresencia era recalcada por las invocaciones y quejas del Oscar. Por otra parte, el Ñato me advertía del carácter batracio de Oscar, y a pesar que me gusta comprobar las cosas por mí mismo, era mejor seguir el consejo del sabio.

En algunas oportunidades, me daba cuenta de ciertos movimientos, pelaos que corrían de un momento a otro con un aparente sinsentido, generalmente en horas de clases, nada que no clasificara como correndillas espontáneas, sin norte ni sur. Cuando salía a la cafetería o al baño, me daba cuenta de tales maratones, hasta que empecé a notar ciertos patrones en tal conducta, como por ejemplo, que casi siempre eran los mismos (aunque no me sabía sus nombres ni apellidos de casi todos), corrían siempre en una dirección: hacia el segundo piso, donde quedaba el salón de artes plásticas; y generalmente me saludaban con un ¿hey, qué, todo bien, no la llevas?; y sí, fue en esos días de invierno. Fueron por esos días cuando dos cosas me hicieron sospechar de la correndilla: el ¿hey, qué, todo bien?, transformado a un "hey qué, ¿no vas a subir? Siempre quieres andar apartado de todo, y no sabes de lo que te estás perdiendo", y el hecho de que ese día, ese medio día del miércoles llovió y la sensación común era como estar dentro de un congelador, pero algunos de los de la correndilla llegaron sudados. Era una contradicción, el termómetro decía 22 °C y éstos sudandos. Eso estaba raro, sin contar que llegaban siempre los mismos, tarde a las clases de Icho (se llamaba Isabel también, pero era conocida más como Icho, me imagino que también sería para no confudirla con la otra Isabel, o sea, el Ñame). Icho no aguantaba la curiosidad -ni yo-, además que le tocaba indagar el porqué de aquella correndilla.

Uno de esos días decidí irme antes de que llegara Icho, al salón de artística detrás de la correndilla aquella. Algo en común: todos eran hombres y a todos los conocía. Recuerdo que era un miércoles, y de pronto me dijo uno de los 9 que estaban, que si mal no recuerdo, era Rodrigo: "llegamos justo a tiempo". A tiempo ¿para qué? -pregunté yo. ¿Si escuchas? -, los cuchicheos de las muchachas de 8º y 9º, que tenían clase de educación física y regresaban al baño. El cuartel voyeurista estaba en un sector del salón de arte, ubicado en un segundo piso olvidado y deshabitado, una especie de sanalejo o zaguán de las creaciones artísticas realizadas por manos inseguras de estudiantes, como también pude notar algunas pilas de mierda, a lo que me entraba la pregunta "¿eso es arte también?". Bien, en ese pequeño cuartico, al que se entraba luego de pasar ciertos recovecos de temas olvidados, nos montábamos en unos muebles, que eran como escaparates metálicos, imposible de identificar por el polvo que lo tinturaba. Al montarnos allí, sólo era medio mover una lámina de fibra del cielo raso para observar a las muchachas cambiarse y debatir con ahínco sobre temas tan relevantes como la forma de las tetas de una muchacha apodada "la caballona", entre otras. El calor era insoportable, mas el deseo de ver era mayor y permitía soportar cualquier temperatura, incluso dentro de los rangos de la muerte por deshidratación. Todo valía la pena. Todos luchábamos por el silencio y por el mejor lugar para ver, era muy reducido y la tecnología por aquellos entonces no facilitaba la comercialización, como hoy en día, de cámaras digitales tan baratas y con tanta resolución como hoy en día, así que el mejor registro, quedaba en la mente, a través del ojo desnudo. Todo iba bien, hasta pensaba en la posibilidad en volver un rito mi asistencia al área aquella, pero uno de mis compañeros y gran amigo, William, se quiso propasar en la observación, y casi nos tumba, la bulla que generamos hizo que escucháramos de la otra parte "¿muchachas, uds. no oyeron como unas voces?" -"sí, vienen como del techo". Una de ellas se intentó montar, mientras que las otras observaban con atención. Para ese momento, ya había comenzado la huída, y, creo que nunca había brincado tan alto y largo, desde un alto de 1 metro y medio, hasta la puerta de ese cuartico, que eran como tres metros más, para luego salir a la otra habitación. Mientras yo emprendía la huída, junto con los demás, que bajaban las escaleras, de a 5 escalones, me pregunté por William y José David, los que quedaban, y, cómo yo aún no había dado mis dos zancadas para bajar esas escaleras altísimas, me devolví a ver la situación anterior, y vislumbro a William hablando con la hermana de Natalia Farah, para que no dijera nada, pero, muy tarde, ya el daño estaba hecho, las otras habían gritado y se había alertado ya la profesora de gimnasia, quien muy rápido, había llegado hasta las escaleras que llevaban hasta el segundo piso, donde nos encontrábamos únicamente los tres para el momento. Les hice algunas señas a William para darle a entender que dejara de hablar bobadas y movimientos que buscaban acallar a la nena, ya era inminente la llegada de Yáis, la profesora, así que supuse que ellos vendrían, y en tres brincos, bajé las escaleras. Muy tarde. Ya estaba a pocos metros de allí para indagar la situación. Así que, busqué dónde sentarme o lo que sea con el fin de parecer que no estaba arriba. Así que encontré al Oscar, encargado del aseo, de quien el Ñato no me había dado ninguna buena referencia, éste estaba comiendo el desayuno que se había traído de su casa, tema de conversación: "tú mismo haces los bollos, Oscar?"- "no, éstos los compré, prueba..."; le vi un cortauñas, y mientras masticaba el bollo con timidez, "Oscar, préstame el cortauñas ése"; comencé a cortarme las uñas que ya no tenía, sin caer en cuenta del ruido que hacía el "tic" del trocito volando después de la cuchilla. Llegó Yáis: "no han visto bajar unos muchachos por aquí?", Los dos hicimos que no con la cabeza, e insatisfecha con ésto, subió, caminó los salones que estaban por allá, revisó sillas, mesas, aulas desocupadas y bajó mirándome con ojos de "algo sabes". Aproveché que se fue del área, para irme yo detrás. Los dejé a José David y a William allí. No habían sido visto. Lo demás estaba sencillo: regresar después de mí y ya. Entré al salón que teníamos, y después de unos cuántos regaños de Icho, todo estaba listo. Pasaba el tiempo, y ellos no llegaban. Sonó el timbre y me dije para mis adentros "¿Nos pillaron?". Justo de haber pensado aquello, llegaron José David y William, pror lo que enseguida les pregunté por lo que había pasado, a lo que me contaron que se escondieron detrás de un tablorero que estaba recostado a la pared, en uno de los salones desocupados, y Yáis pasó al lado de ellos, sospechando, una y otra vez que no podían haberse escondido muy lejos. Al rato de haber pasado por allí, ellos bajaron, pero cuál sería la sorpesa, que Yáis estaba en el pasillo esperándolos. Ni manera de no dejarse ver. Yáis, astuta, le dijo sin pruebas "sé lo que hicieron allá arriba. Quiero que me den los nombres de todos los que estaban", como ellos, como yo, manteníamos una buena relación con Yáis, le aseguraron que no se volvería a repetir, y así fue: los dejó ir con esa condición, y que no comentaran más del asunto, puesto que lo habían aceptado. Viéndolos yo, era como verme en el espejo: pálidos.

Semanas después, quise volver a entrar, pero ya estaban otros dos arriba, que enseguida me borraron las ilusiones: está clausurado el salón, regrésate.